De los escritos que hemos ido encontrando tanto del siglo XIX, la mayoría, como de años precedentes, vemos siempre una constante: que todos hablan de un pueblo feo, abandonado, con poco atractivo y un gran distintivo, el templo de San Agustín.
Eso, verdad o mentira, tu que me lees y que vives en Salamanca, tendrás ya hecho un juicio crítico, pero, si no vives aquí y planeas visitarnos, cosa que será buena en este verano, te encontrarás con algo. Que efectivamente el pueblo es feo, pero esa fealdad, está compensada con el magno recinto que es el templo de San Agustín, lugar al que, si pretendes conocerlo en verdad, le debes dedicar al menos dos horas y tener una abundante documentación antes de entrar, para que tu visita sea inolvidable, de lo contrario verás un lugar abrumador, que tiene tanto, tantos detalles, que te inundarán y a los diez minutos te querrás salir. Mejor lee antes de conocerlo y te aseguro que estando allí, le faltarán minutos a tus horas.
Las fotografías que acompañan este artículo son relacionadas con las inundaciones que antes eran frecuentesy que este año del Bicentenario amenazan con volver a suceder. Inundaciones son varias, mas bien muchas, 1912, las fotos más antiguas, 1926 y 1957, lo puedes notar por la ropa. Todas son vistas de la esquina de la Parroquia Antigua, templo del que tenemos mucho que hablar dentro de poco y no son cosas buenas, lamentablemente.
La primera fotografía, de principios del siglo, es la del Ex convento de San Agustín. Lugar que fuera sede de la Penitenciaría que estos viajeros de 1881, deciden conocer; lugar visitado por Maximiliano años antes, 1864, cuando salió de la ciudad de México a conocer “su Imperio”, recordemos que estando aquí dio de su bolsa 50 pesos, suma considerable en la época, esto para construir sistemas de ventilación más adecuados en la penitenciaría.
Leamos: “A las tres de la mañana llegaron á Salamanca. Fatigados nuestros viajeros de la marcha nocturna, al día siguiente se levantaron muy tarde.
Después del almuerzo, fueron á recorrer la población.
Salamanca está situada á la margen derecha del río de Lerma, á los 20° 32' 8" de latitud N. y á 1° 52' de longitud O. del meridiano de México.
— ¡Qué aspecto tan triste tiene esta población! exclamó Carlos: las calles están desiertas, en ninguna parte se nota movimiento.
— Allí está la parroquia, papá, dijo Adelina.
— Nada tiene que pueda llamar la atención, hija mía; es un templo feo y pobre.
— ¿Cuántos templos hay además de la parroquia?
— Les que yo recuerdo son los siguientes: el magnifico templo de San Agustín, que veremos después, el santuario del Señor del Hospital, la Santa Escuela y varias capillas.
— ¿En qué época fue fundada esta villa? preguntó Carlos.
— En 1603, según asegura un antiguo cronista.
— ¿Y en qué número puede estimarse su población?
— En diez ó doce mil habitantes.
— Vamos á ver la penitenciaría, papá.
— El antiguo convento de Agustinos, está transformado hoy en penitenciaría. El gobierno del Estado tuvo un feliz pensamiento: en ningún objeto mas útil y mas benéfico pudo haberse empleado este extenso y grandioso edificio.
— ¿En qué época fue construido, papá?
— En los primeros días del año de 1771, quedó enteramente terminada la obra.
— Está situado el convento en una elevación, Si en la ribera del río, dijo Carlos, escribiendo.
— Mas bien que un convento parece una fortaleza.
El templo es magnífico, sobre todo en la parte interior: en toda su extensión los muros están cubiertos de altares de gusto churrigueresco, tallados primorosamente y dorados. Antiguamente había aquí una selecta colección de cuadros de los más renombrados artistas.
La penitenciaría es muy extensa y tiene celdas y salones para los presos y grandes localidades para una multitud de talleres. La buena ventilación, la buena luz, el aseo y el orden, dan al edificio un aspecto agradable. Al ver semblantes alegres en vez de fisonomías patibularias, al oír el rumor del trabajo, el viajero se olvida de que visita una prisión. Hay allí una escuela para los presos, baños y un pequeño teatro. (1)
Después de haber recorrido la penitenciaría, Don Juan, Doña Luisa y los niños, regresaron á su alojamiento.
— Nada hay ya que ver en Salamanca, dijo D. Juan.
— ¿No existe aquí una fábrica de loza? preguntó Doña Luisa.
— Hace ya muchos años que fue trasladada á México, dijo Don Juan.
En la noche nuestros viajeros fueron á dar una vuelta á la plaza. Un hombre sospechoso los seguía. Al día siguiente, á las cuatro de la mañana, salieron para Guanajuato”.
Fuente:
UN VIAJERO DE DIEZ AÑOS. Relación curiosa e instructiva de una excursión infantil por diversos puntos de la República Mexicana. Escrita por José Rosas. Corregida por el autor y aumentada Considerablemente. Imprenta de Aguilar e Hijos, México, 1881.
La propiedad de esta segunda edición pertenece á JUAN BUZO & COMPAÑÍA, a quienes el autor ha cedido todos sus derechos.
NOTA: (1) Hace algunos años el autor de esta pequeña historia, logró reunir un número considerable de libros, que bondadosamente le cedieron las personas mas distinguidas del Estado y hoy la penitenciaría tiene una pequeña biblioteca.
Si gustas de los libros sabrás que hay dentro de ellos una gama, prácticamente infinita, hay también un gusto por colectar ciertos libros, hay quién gusta de los que contienen fotografías, los cuales regularmente son costosos y fuera de las estupendas imágenes, no hay mucha esencia, mucho texto. Hay también esos libros raros, los cuales se editan una vez, a lo sumo dos, y se vuelven auténticos artículos de colección.
Esto último fue lo que pasó precisamente con el que lleva el título de El libro secreto de Maximiliano, editado en 1867 y reeditado en 1900, ambas fueron ediciones que en su momento se agotaron, el morbo fue mucho y la ansiedad de saber ese “secreto” llevó a los compradores a las librerías para agotarlo en poco tiempo. Afortunadamente la UNAM hace una nueva reedición más accesible en cuanto a precio pero igual limitada en su número de ejemplares.
Por azares del destino uno de estos, el publicado en 1963, cerca de cumplirse el primer Centenario de la llegada de Maximiliano a México, llegó a mis manos y finalmente logré conseguir, además de las referencias que hay en el mejor, por no decir que el único, libro que se ha escrito sobre Salamanca, el de José Rojas Garcidueñas, en donde hace mención del cura Saavedra y, someramente de Vicente Flores.
De ambos personajes buscaba más datos, pues son ellos dos los que inician el único relato que sobre El Señor del Hospital se ha escrito. Creo que es un documento importantísimo que nos hace ver el quién es quién en la Salamanca de mediados del siglo XIX, vistos, analizados y desmenuzados desde las ópticas de los franceses, encartonados en ese entonces, en el Bajío.
“En el año de 1867 apareció en las librerías de México una obra titulada “Los traidores pintados por si mismos”. Estaba formada por pequeñas informaciones sobre funcionarios militares que prestaban servicios al Primer Imperio y solo en casos excepcionales, Almonte y Miramón, se e extienden hasta formar cortas biografías; en los demás casos son breves párrafos, y en algunos casos solo unas palabras. Algunas informaciones son francamente negativas, otras, por el contrario son alabanzas del sujeto, y por último, las hay completamente inocuas.
La fecha en que se publicó la obra y el estado de agitación, si ya no militar, sí político, hicieron que el libro fuera adquirido copiosamente por tirios y troyanos y pronto desapareció del mercado, viviendo a quedar como joya de colección.
En 1900 don Ángel Pola hace una reimpresión que al igual que la anterior se agota en poco tiempo” (1)
En una más bien breve introducción nos dejan saber cual es el valor de ésta obra y depurando lo que más nos interesa, encontramos los personajes salmantinos de los cuales se dice que:
“Flores, Vicente (Salamanca): Para reemplazar al Subprefecto de Salamanca, cosa que es urgente, se encuentra en Salamanca el señor Flores, hombre enérgico, pero tal vez un poco apasionado, por lo demás muy recomendable. (Querétaro, diciembre de 1865. Firmado d’Espeuilles.)
El señor Vicente Flores no está ya propuesto, independientemente de las dudas que dominaban sobre la estabilidad de estas opiniones, he tenido noticias que había adquirido ilegalmente una suma de 10 a 12 mil pesos en el espacio de tres años que ha administrado las aduanas bajo el gobierno de Juárez; muchas personas pretenden que no rindió cuentas legalmente. Estos son rumores públicos. (Salamanca, 15 de febrero de 1866. Trabajo sobre las autoridades del Capitán Comandante Superior. Firmado: General Aymard.)
Saavedra, Luis. (Deán de los curas de Salamanca): Muy bien en todos los informes, muy estimable, adicto al Imperio y amante de la Intervención. (Salamanca, 15 de febrero de 1866. Trabajo sobre las autoridades del Capitán Comandante Superior. Firmado: General Aymard.) (2)
Como el libro es, en verdad, una auténtica joya, seguimos buscando más sobre los personajes que allí aparecen los que son de o están en Salamanca y los cargos que ocupan, estamos hablando de 1866.
Arce “X”. Antiguo Subrefecto Político de Salamanca
Bernal, Francisco. Juez suplente.
García, Domingo. Juez
Jaime, José. Juez
Martínez, Antonio. Antiguo juez
Mota, Leonardo. Juez
Ojeda, Mariano. Administrador de correos.
Pacheco, Mariano. Alcalde Mayor en función de Subprefecto Político.
Pérez, José. Secretario de la Subprefectura.
Ramos, Fermín. Director de Justicia.
Roa, Luciano. Administrador de Rentas.
Rodríguez, comandante. Comandante de la Guardia Rural.
Sánchez, Gregorio. Comerciante.
De todos los personajes mencionados se da, para bien o para mal una muy breve descripción, en ocasiones con una propuesta para ocupar un cargo, anotan sus eficacias y sus deficiencias, se anota si gustan del alcohol, si son organizados, si son honrados y, mal que bien, todos pasan la prueba pero, hay un personaje que, por lo que ahí se dice, debió de haber sido un ser nefasto que de él se escribieron varios reportes a cual más malo el uno del otro:
“Pacheco, Mariano. (Alcalde Mayor, en función de Subprefecto político de Salamanca): Aunque animado de buenas intenciones, es incapaz de dar una buena dirección, sea a los espíritus o a los negocios; es medroso, vacilante, inhábil, temeroso de comprometerse; todo sufre por su negligencia, por su falta de influencia. Es un funcionario cuya sustitución es reclamada por todos. (Salamanca, 16 de enero de 1866. Informe político. Firmado: Meunier.)
Es absolutamente nulo y carece completamente de energía (Durango, 2ª quincena de enero de 1866. Informe político del General Castagny.) (Con tinta roja): Ver página 114. (Al margen con tinta roja): sigue de la página 21.
El Subprefecto de Salamanca, Mariano Pacheco, es una nulidad y de unas debilidades absolutas; bastante tiempo sostenido, parece, en buena posición, ha sido normado en este lugar para gozar del tratamiento del coronel, título que tenía antes; ahora este recurso se le retiró y como no tiene nada, vive de los fondos municipales; todo está en desorden en su administración; no hay policía ni vigilancia en ninguna parte; no tiene ninguna influencia moral, ni ascendiente sobre la población; su acción política es nula. (Querétaro, diciembre de 1865) Firmado: d’Espeuilles.
Débil, medroso, sin ninguna influencia, se ocupa poco y se fía demasiado de su secretario José Pérez, que abusa con poca delicadeza de la negligencia y de la incapacidad de su jefe. (Salamanca, 15 de febrero de 1866. Firmado: General Aymard.)
Suplico a V.E. tenga a bien destituir de sus funciones al Sr. Mariano Pacheco, Alcalde Municipal de Salamanca, hombre nulo, débil y parcial, poco estimado de sus administrados. Durango, 26 de febrero de 1866. (Firamado: General Castagny.)” (2)
Con todos los conceptos vertidos sobre el Alcalde Pacheco, seguramente que era, como allí se dice, alguien nefasto para la población. ¿Cuándo habrá sido su sustitución?
Fuentes:
1.- Luján, José María. Prólogo a “El libro secreto de Maximiliano”. Cuadernos de Historia. Serie Documental No. 1. UNAM. México, 1963.
2.- El libro secreto de Maximiliano. Cuadernos de Historia. Serie Documental No. 1, UNAM. México, 1963.
Hay un monumento que verás cuando nos vengas a visitar a Salamanca a maravillarte con sus tesoros, ese lo verás en la explanada frente a San Agustín, será bueno hacer algunas anotaciones, la primera es que este no es el atrio del Templo de San Agustín, aunque se dice que hace un par de siglos todo el frente, tanto la actual plaza como la cuadra de casas contiguas, eran parte de ese, digámosle así, gran atrio.
El monumento que ahora tenemos, el llamado “de los obeliscos” es una selección que se hizo, hace tiempo y no se por parte de quién, de recordar a los salmantinos más distinguidos que a lo largo de la historia hemos tenido.
Hoy día sería bueno hacer una revisión a fondo de quienes si y quienes no deberían realmente estar allí, eso será menester de mucho tiempo, lo sé, pero es bueno comencemos a recapacitar sobre quienes realmente merecen estar en tal selecto elenco. En lo personal creo que el tener allí a Bartolomé Sánchez Torrado no es correcto, pues un español que vino, como miles, en busca de fortuna y no más que eso y haber tenido la casualidad que el tiempo y la circunstancia le ofreció para solicitar la fundación de una villa no es mérito alguno para rendirle, en todo caso se le dieron más que las gracias, se le dieron muchos terrenos que él y su familia usufructuaron y tan no dejo huella que de él, fuera de las actas en donde se asienta su nombre en la lista de aquellos autorizados por la Casa de Contratación de Sevilla para venir “a hacer la América”.
Me gustaría mucho dar fe completa de en que libro y en que partida aparece, solo que, no tengo el documento, sin embargo cada vez que se consulta en los infinitos archivos de Internet, en los libros que no permiten ser consultados virtualmente, siempre aparece él, así pues, Bartolomé Sánchez Torrado si existió, pero tanto así como para seguirle manteniendo uno de los siete obeliscos creo, la verdad, no lo amerita.
¿Y quienes serían los candidatos? Pues bien, hace ya más de medio siglo, digamos que en la década de los ochenta del siglo XIX, hubo un AUTENTICAMENTEdistinguido salmantino que nos legó un elenco de 20 personas que a su juicio eran los más distinguidos, si no todos nacidos en Salamanca, que hicieron algo realmente de provecho por Salamanca.
Insisto en algo, en algo que no contrapuntea en lo mínimo a lo dicho por don Miguel Hidalgo y Costilla en la madrugada del 16 de septiembre de 1810 cuando, ya descubierta la conspiración dijo:
“Señores llegó la hora de coger gachupines!”
Así que, si sustituimos a Bartolomé Sánchez Torrado, que merito, insisto, no tiene, por uno que si lo tenga, para ello, aquí va la lista:
“Ha tenido Salamanca distinguidos hijos e ilustres benefactores. En un plano de la población, (el plano de que se trata es una copia en fotografía, tomado del que en junio de 1887 sacaron los alumnos de la Escuela de Minería, bajo la dirección del Ingeniero don Juan N. Contreras. Están diseminados 20 retratos, con sus respectivos apuntes biográficos formados por el Sr. Pedro González) que tenemos a la vista, se ven los retratos de unos y otros, con algunos apuntamientos acerca de sus hechos más prominentes. En ese curioso plano están en efigie: el virtuoso obispo don Vasco de Quiroga, fundador Cristianismo en el antiguo pueblo de Sidoo, hoy Salamanca; el virrey don Gaspar de Zúñiga, que proveyó la fundación de la villa, efectuada en 1630 como ya se dijo; fray José Ortega, que construyó el convento de San Agustínen 1771; Andrés Delgado, el Giro, temerario insurgente que murió el 3 de junio de 1818, fray José María Marocho, sabio y progresista agustino, que combatió en 1840 el proyecto patrocinado por el alto clero para restablecer la monarquía en México; don Eusebio de la Herrán, que fundó el alumbrado público; el cura don Luis Saavedra, que introdujo en el país la fabricación de la porcelana, estableciendo en Salamanca la primera fábrica; el licenciado don Manuel Doblado, que erigió el Partido Político de Salamanca; don Teófilo Araujo, compositor de merecida fama; y el Pbro. don Vicente Bustos, que construyó a fuerza de constancia la torre en que está colocado el reloj público. Figuran también en ese cuadro Margarito Cárdenas que murió combatiendo contra la intervención francesa en Uruapan; y los Sres. Juan Machuca, Patricio Valencia, Tiburcio Gasca, Vicente Flores, Gral. Miguel M. Echegaray, Gobernador Francisco Z. Mena, Lic. Indalecio Ojeda y la Sra. Emeteria Valencia de González, a quiénes por diversos títulos Salamanca les debe un recuerdo de gratitud”. (1)
Espero que tú, salmantino que esto lees, no escojas a Vicente Flores, de él, en el próximo artículo te diré algo de lo que fue su actuar en el momento en que ostentó ese pequeño poder.
Fuente:
De la Torre, Juan. Ferrocarril Central Mexicano. Imprenta de I. Cumplido. México, 1888.
Fachada del Teatro Juan Valle a finales de los cuarenta, nótese la cartelera sobre las paredes de la entrada.
Dentro de la historia y las historias que encierra Salamanca está la del que fuera su gran teatro el llamado Teatro Juan Valle, cuyo cascarón sigue en pie muy cerca de la esquina de las actuales calles de Guerrero y Zaragoza.
“El Teatro Juan Valle, levantado en lo que fue fábrica de hilados, hospicio de pobres, plaza de gallos y cuartel de caballería, se debe a la iniciativa del señor don Victoriano Gasca, a los vecinos que contribuyeron con acciones para que el jefe político don Homobono González lo empezara en 1882, y a los recursos que autorizó el señor gobernador actual para que se terminara en 1893, aprovechando los trabajos que habían continuado los señores don Ernesto Barton y don Dionisio Catalán, tocando acabarlo a quién esto escribe”. (1)
Hay quien dice que esta era la casa que servía como Hospicio, muy cerca del Teatro Juan Valle, la foto fue tomada en abril de 2009, a los pocos meses fue derruida para dar paso a una construcción moderna de locales comerciales.
Para adentrarnos en este que fuera el centro de entretenimiento de la sociedad salmantina, recurrimos a don José Rojas y encontramos que “En su no muy larga vida –apenas sesenta años o muy poco más-, el Teatro Juan Valle pasó por tres etapas en su funcionamiento. En la primera, que considero de su estreno, en 1893, a 1911 o 1912, sirvió para lo que había sido construido; es decir, exclusivamente como teatro. En esos tiempos, todas las compañías teatrales que hacían temporadas, más o menos largas, en las ciudades importantes, también hacían giras visitando poblaciones chicas en las que hacían unas cuantas funciones; sin duda, alguna de esas compañías llegaría a Salamanca. También eran frecuentes las funciones de artistas y grupos de aficionados locales y, como ya hemos visto, las veladas en determinadas celebraciones.
Interior de la casa, ya semiderruida, que se dice era el Hospicio que vivía gracias a los donativos de doña Emeteria Valencia.
Las obras de compañías en gira podían ser dramas, comedias, sainetes, pero sobre todo zarzuelas y funciones, como lo vemos por esos programas de veladas, con número de concierto: trozos de ópera, piezas para piano, violín, etc.,, y algunas partes literarias: monólogos –hoy en desuso y olvidados- , declamación de poemas y, a veces, si la compañía o grupo tenía para hacerlo, números de bailes españoles, tarantelas czardas, etc., y acaso, unos bailes mexicanos, aunque ni el nacionalismo artístico ni el folclore eran muy cultivados. Pero, desde luego, en compañías visitantes en grupos locales y en veladas ocasionales eran absolutamente predominante en esos espectáculos el teatro lírico en sus varios géneros.
Fachada actual del Teatro Juan Valle en la calle de Guerrero, en Salamanca, Guanajuato.
Cuando nos damos la oportunidad de entrar en lo que, ahora funciona como estacionamiento y nos tomamos unos minutos para recorrer lo que queda del teatro podemos adivinar cual fue la entrada, el pequeño lobby, la taquilla, pero, recurriendo al libro de don José Rojas, él por suerte par todos los que vivimos ahora en Salamanca nos dejó una descripción del inmueble y dice que “El Teatro Juan Valle tenía el trazo de planta, distribución y alzado semejante a los Teatros del siglo pasado, en modestas proporciones: a la entrada, con tres puertas a la calle, había un pequeño vestíbulo donde estaba la taquilla; de ese vestíbulo, por el lado izquierdo, sin mal no recuerdo, daba acceso a la escalera para las localidades altas y, a un lado, otra puerta comunicaba a un espacio descubierto a cuyo fondo estaba la entrada para el foro.
Este era el acceso a la Gayola del Teatro Juan Valle
Del mismo vestíbulo, una puerta con dos o tres escalones era la entra a la sala del teatro que tenía forma de herradura: en el centro los asientos de luneta en dos secciones a derecha e izquierda, con un pasillo al centro desde la entrada hasta la orquesta; a los lados del patio y un poco más altas que éste, como es costumbre, las plateas que creo eran cuatro de cada lado. Sobre las plateas en toda la galería, que no tenía asientos individuales sino bancos corridos; las platea, los palcos y galería con barandales de barrotes de madera torneados. No recuerdo las medidas del escenario pero no creo equivocarme mucho si le supongo seis o siete metros de boca y cinco o seis de fondo; detrás del escenario había dos cuartos para camerinos.
Vista de las butacas tomada desde el escenario del Teatro Juan Valle.
Y su testimonio continua: “El telón de boca no era corrían que corriese para los lados como hoy se usa, sino telón que subía y bajaba enrollándose y desenrollándose por medio de una polea, el escenario no tenía telar ni parrilla, pues su techumbre, de viga, estaba a la misma altura que los apoyos de la cubierta de la sala, que era de láminas de zinc sobre caballete a dos aguas; con esa techumbre de lámina, cuando llovía con fuerza (lo que sucedía siempre durante la velada del 15 de septiembre) el ruido estorbaba muchísimo al espectáculo. Como no había telar, en las vigas del escenario ponían grandes armellas o argollas de donde colgaban las bambalinas y seguramente también, pero no lo recuerdo, algún telón de fondo. La iluminación que yo conocí era eléctrica, con focos adecuados, pero en mis más lejanos recuerdos está el que la sala se iluminaba, principalmente al centro del patio, con una lámpara de arco; eso debe hacer sido hacia 1918, ya en los “veintes” la lámpara de arco había sido substituida por una lámpara incandescente grande. Cuando a veces, en conversaciones, he mencionado ese detalle, he advertido dudas, pero yo estoy seguro de la mencionada lámpara de arco, porque probablemente es la única que vi funcionar”.
Vista actual tomada desde el lugar en donde se encontraba última hilera de butacas, hacia el escenario. La torre que se ve al fondo es la del Templo de las Tres Caídas.
Hace poco oí contar a mi tía que ella, siendo adolescente asistía a las funciones de cine en el Juan Valle, en donde pasabanlas películas de Flash Gordon. “No se cuando comenzaría el cine en Salamanca ya como espectáculo ordinario y constante. Supongo que sería hacia el año 1912 o poco después; señalo esa fecha porque en México el negocio de exhibición y luego distribución de películas se fue organizando hacia el año de 1908 o 1910 cuando la empresa encabezada por los Granat estableció el que llamó Circuito Olimpia alquilando salones y luego comprando ciertos teatros, como el Alcázar, el Alarcón y otros, que en general adaptaron mal, arruinándolos como teatro y haciendo malos salones de cine; por lo mismo, hacia esas fechas se inició el negocio de alquiler y distribución de películas y de allí mi hipótesis de que haya sido algo después de 1910 cuando el cine vino a ocupar el Teatro Juan Valle, el cual, como dije, pasó todavía la década de los “veintes” sirviendo al teatro y al cine, pero en la década siguiente las funciones de teatro eran cada vez más escasas y distantes y el Juan Valle servía casi únicamente como mal salón de cine pues, como no había sido contraído para eso, tenía muchos inconvenientes por la situación de plateas, palcos y galería que no podían utilizarse en las partes cerca del escenario donde ahora estaba la pantalla y otros muchos defectos, pero el principal era la total falta de atención, de mantenimiento como hoy se dice, del edificio, en cuya conservación las empresas no invertían nada porque no era propio y el Ayuntamiento, que era el dueño, tampoco, porque no tenía interés en hacerlo”. (2)
Acceso principal a la sala del Teatro Juan Valle en la actualidad.
Interesante, no cabe duda, darnos cuenta de que en ese recinto ya abandonado y a punto de caerse, sucedieron tantas cosas pero… ¿quién fue Juan Valle? Si a un Teatro en el estado de Guanajuato se le decidió nombrar de ese modo es por algo. Pues bien, vamonos a uno de los libros que recoge la biografía de muchos personajes del siglo XIX mexicano: “Nació este inspirado poeta en la ciudad de Guanajuato el día 4 de julio de 1838.
Era todavía muy niño cuando quedó ciego a causa de una enfermedad, y hundido en las tinieblas habría vivido, ignorada y sin cultivo la inteligencia superior de que se hallaba dotado, si sus padres, para aliviar su triste suerte, no hubiesen procurado darle una buena educación, y sobre todo, si su buen hermano don Ignacio Valle no se hubiese consagrado, primero para distraerle, y luego para instruirle, a leerle desde niño toda clase de obras.
Notando que la lectura no solo le entretenía agradablemente, sino que le interesaba, le enternecía y le conmovía, cuidó de buscar obras de reconocido mérito, consultando la opinión de personas entendidas, y así el joven ciego conoció la Biblia y sus mejores comentarios, los autores clásicos, los poetas españoles del siglo XVI y los contemporáneos, y las producciones de sus compatriotas.
Vista general del Teatro Juan Valle tomada desde la parte trasera del mismo.
En 1850 perdió Valle a su padre, y dos años después a su idolatrada madre. Aquella horrible orfandad, unida a las penas anteriores del joven ciego, acabó de engendrar en el la profunda melancolía que se descubre en todos sus cantos. Su consuelo único fue la poesía. Sus primeras producciones no fueron destinadas a la publicidad: eran un desahogo espontáneo de su alma. No pudiendo escribir por si mismo, componía mentalmente, y no dictaba sino cuando había concluido una pieza entera y la había repasado bastante para corregirla. Entonces la trasladaba al papel su hermano, sucediendo muchas veces que este, por sus ocupaciones, no podía hacerlo en varios días, y el poeta esperaba sin olvidar una estrofa ni un solo verso, sino antes bien aprovechaba la demora para pulir más sus producciones. Tan grande así era el desarrollo de su memoria. En 1854, es decir, cuando Valle contaba únicamente diez y seis años, aparecieron en los periódicos de México las primeras poesías de Valle, siendo presentado al público lector por el inolvidable don Francisco Zarco, redactor entonces del Siglo XIX. Desde luego llamó la atención de los inteligentes el joven bardo ciego, y todos vaticinaron que Valle sería un escritor distinguido.
Lugar donde estuviera la taquilla del Teatro Juan Valle.
En 1855 se representó en Guanajuato un drama de Valle intitulado Misterios Sociales, que fue recibido con aplausos, y cuyo protagonista tiene muchos puntos de contacto con el autor. Ese drama figura al final del tomo de poesías de Valle impreso en México en 1862, y ciertamente no coloca a su autor como dramático a la atura que guarda como poeta lírico. Iniciado Valle en la política del país, como no podía menos de suceder en una época de lucha como la de la Revolución de Ayutla, (Plan de Ayutla) progresista y liberal por convencimiento, abrazó la causa democrática, y entonó magníficas estrofas para cantar a la libertad a la civilización, a nuestro siglo, y para hacer execrable el fanatismo, convirtiéndose en el Tirteo mexicano de la libertad y del progreso, como ha dicho elegantemente un escritor distinguido. El golpe de Estado de 1856 puso a Guanajuato en manos de la reacción y Valle, que se había conquistado ya los odios del partido conservador, fue víctima de la más inhumana persecución.
Bastaría esto solo para hacer de Valle una de las mas grandiosas figuras literarias de México; pero no es ese su solo título, pues sus cantos eróticos le colocan entre los más inspirados de nuestros poetas sentimentales, pudiendo decirse que Valle preside en este país a los filiados en la escuela del idealismo o, por mejor decir, de los que rinden culto a la poesía de sentimiento. (2)
Fuentes.
1.- González, Pedro. Geografía local del Estado de Guanajuato. Ediciones La Rana. Guanajuato, 2004.
2.- Rojas Garcidueñas, José. Salamanca, recuerdos de mi tierra guanajuatense. Editorial Porrúa. México, 1982.
El Cine Rex hacia 1958, cuando el Teatro Juan Valle ya estaba cerrado, pues la Organización Montes, que rentaba el Teatro, tenía ya en operación el Rex.