domingo, 31 de mayo de 2009

El antiguo Obispado de Michoacán (1538-1852)

Monumento a Don Vasco de Quiroga en la explanada del Templo del Hospitalito de Irapuato, Gto.

A medida que fue avanzando la conquista espiritual de los indios por los incansables misioneros, fueron erigiéndose en la Nueva España los obispados. Con la palabra fecunda del Cristianismo. Las almas se fueron capacitando para la obediencia y la sumisión a los pastores que, en nombre de Cristo y del Romano Pontífice, habían de gobernar las nuevas Iglesias, que paulatinamente irían naciendo en las tierras vírgenes de América. En 1519, se erigió la primera sede, la Carolense o de Tlaxcala. Siguió a ésta la de México en 1530, encomendada al insigne fray Juan de Zumárraga. Vino enseguida la de Antequera o Oaxaca, en 1535. Y el 6 de agosto de 1563, por la bula “Illius Fulciti Praesidio”, la Santidad de Paulo III erigió la sede de Michoacán , a la que una real cédula señaló como ciudad Episcopal la que era entonces capital del reino tarasco, Tzintzuntzan, junto a las márgenes del lago. Fue nombrado por el Rey y aprobado por el Papa, según costumbre de aquella época, uno de los doce primeros frailes venidos a estas tierras para la evangelización, Fray Luis de Fuensalida. Mas este humilde y celoso misionero, viendo en el cargo episcopal un obstáculo para seguir, con el empeño y la dedicación por él anhelados, la evangelización de los indios, rehusó tan alta dignidad.

Mapa de la Nueva España del siglo XVI hecho por el geógrafo de Felipe II, Abraham Ortelius (1527-1598).

En lugar suyo fue nombrado el licenciado don Vasco de Quiroga. La elección fue acertada, pues el íntimo conocimiento que Don Vasco tenía de los indios de la región michoacana y el amor visceral que les profesaba, hacían de él el más capacitado, el hombre providencial, para regir los destinos de la nueva iglesia que había de fundarse en estas regiones. Tenía don Vasco poco tiempo en la Nueva España. Era su tierra natal la villa de Madrigal de las Altas Torres, de la provincia de Ávila en la península. Había nacido en el año de 1470 y sus ascendientes eran de rancias y preclaras familias de Galicia. Historiador hay que le encuentra ascendencia de reyes. Siguió la carrera de las letras y se tituló abogado. Con cargo de la real cancillería se encontraba en Valladolid el año de 1530, cuando el emperador Carlos V lo eligió para que formara parte de la Segunda Audiencia. Esta junta de gobierno encontró que la región de Michoacán se encontraba en alboroto y franca rebeldía por los desmanes cometidos por Nuño de Guzmán, desmanes que habían llegado hasta el exceso que quemar vivo en Conguripo al Rey don Francisco Caltzonci y de llevarse ocho mil indios como tamemes a la expedición del norte. Para llevar la paz y conseguir de nuevo la obediencia de los naturales fue nombrado el ilustre Oidor.

Ídolo perteneciente a la cultura Chupícuaro, cuya antigüedad va más allá de nuestra era, se calcula su presencia del siglo III al V AC. Pieza de la colección del museo de Acámbaro.

Llegó a Tzintzuntzan en 1533. Los religiosos franciscanos lo hospedaron en su convento de Santa Ana, y desde luego empezó la obra de pacificación y de convencimiento de los rebeldes tarascos. Por medio de interprete les manifestó los deseos del Rey de ampararlos y defenderlos de los malos tratos de algunos españoles, les habló de la falsedad de los ídolos que algunos aún adoraban, y de la irracionalidad de su culto, y les explicó las bellezas incomparables y la suavidad de costumbres que contiene y predica la religión de Cristo. Las palabras del Oidor impresionaron profundamente los ánimos de los indios. Volvieron a sus chozas los que andaban vagando, fueron abandonando la fe que tenían en los ídolos y poco a poco se dedicaron a entrar por el sendero de la vida cristiana, mediante el bautismo y la práctica de la doctrina evangélica. Logró don Vasco, dice su historiador y biógrafo Moreno, que juntaran “innumerables figuras de ídolos de madera, de piedra y de otras materias, y para hacerles sensible el ningún poder de ellos, en su presencia los mandó quemar y quebrantar. Se bautizaron innumerables adultos que voluntariamente habían cerrado los ojos a las luces del Evangelio, trayéndolo al mismo intento a muchos párvulos. Se entregaron enteramente y sin reserva a todo cuanto dispusiera para su policía y civilidad”

Templo del Hospital de Santa Fe en Quiroga, Mich. (Fotografía tomada de la red)

Por eso, sin negar a algún otro, entre los egregios apóstoles de Cristo que plantaron en estas tierras el reino de Dios, las cualidades y el celo para gobernar la nueva diócesis que el Papa erigía en la región de Michoacán, bien podemos decir que el más indicado para ser el primer pastor del reciente Obispado era Don Vasco. Con toda verdad hablando Zumárraga al Emperador Carlos V sobre la elección del Oidor para el episcopado, le decía: “Tengo por cierto y siento con muchos que ha sido una de las acertadas que Su Majestad ha hecho en estas partes para llevar indios al Paraíso… porque crea que en el amor visceral que este buen hombre les muestra, el cual prueba bien con las obras y beneficios que de continuo les hace y con tanto ánimo y perseverancia, nos hace ventaja los prelados de acá”. El 22 de septiembre de 1538 el Ilmo. Señor Don Vasco tomó posesión del obispado. La metrópoli fue Tzintzuntzan. Mas las malas condiciones de la ciudad hicieron pensar en cambiar la sede a Pátzcuaro. Los indios principales, entre ellos D. Antonio Vitziméngari, hijo del último rey tarasco, se opusieron a ello, alegando que “donde había sido la corte de los reyes, lo fuese de los obispos; que en su ciudad había tomado posesión de su mitra y que se esforzaría, aunque pobres, a llevar a su conclusión la catedral que había empezado a construir”.

Escena de la evangelización y construcción de los primeros Templos Católicos, pintura del Maestro Pedro Cruz, localizada en el Santuario de Guadalupe de Acámbaro, Gto.

No valieron las razones que los indios presentaron al Obispo, ni las que los españoles que moraban en Tzintzuntzan, le opusieron. La traslación de la sede se hizo a Pátzcuaro y aun Don Vasco cambió el titular de su catedral, designando al Divino Salvador en lugar de San Francisco, que antes tenía. Una vez en Pátzcuaro, se ocupo desde luego en la construcción de un templo que le sirviera provisionalmente de catedral, ya que tenía intenciones de levantar una verdaderamente magnífica. El lugar escogido para esta obra fue el mismo que había servido para los sacrificios de los falsos dioses tarascos y “donde aun residían los principales y primeros ministros que guardaban los cúes. Pretendía con esto el celoso Obispo que la que había sido metrópoli en el tiempo de la ciega gentilidad, lo fuese en el que había sido alumbrado con la luz del santo evangelio, y que donde había sido tan servido Satanás en el desprecio de la divina Majestad, fuese el verdadero Dios adorado”. Muy digno es de tenerse en cuenta el afán del Obispo por infundir en el corazón de sus hijos la devoción a la Madre de Dios. Para conseguirlo mandó fabricar a los mismos naturales la imagen de la Madre Santísima de la Salud, la cual se venera aún en su basílica y derrama gracias de todo orden sobre los que la invocan.

Altar mayor de Nuestra Señora de la Salud en Pátzcuaro, fotografía cortesía de Ledyweb.

Continua fue la preocupación de Don Vasco por levantar el nivel religioso y cultual de los pueblos sometidos a su cuidado. Enorme era la extensión del territorio, muchas gentes que lo poblaban. En muchas lenguas, como dice Moreno, se oía balar a las ovejas que el Padre de familia había encomendado a su vigilancia. Se hablaba el tarasco, el mexicano, el otomí, el pirinda, el pame y mazahua. Con fin de proveer a la instrucción religiosa y a la administración de los sacramentos pidió ayuda a los religiosos, franciscanos y agustinos, quienes en los pueblos de la sierra, los primeros, y en los de tierra caliente, los segundos, intensificaron el trabajo del apostolado entre los indígenas. Fue prendiendo en las almas la palabra de Dios; el reino de Cristo se fue extendiendo por todos los límites del obispado, y las aguas bautismales fueron lavando las almas de aquellos indios que supieron ver en su Obispo al Pastor que los gobernaba y apacentaba en nombre del Padre que está en los cielos. Por todas partes con el correr de los años, fueron levantándose las capillas y los grandes templos, las casas de oración y los maravillosos conventos. Poco a poco fueron apareciendo también las parroquias: Indaparapeo con Charo, Puruándiro, Chucándiro, Copándaro, Huango, Huaniqueo, Santa Clara del Cobre, Zamora, Zitácuaro, Pénjamo con Cuitzeo, Yuriria, Salamanca, Irapuato, Silao, Pueblo Nuevo, Guanajuato, San Miguel, Dolores, el Valle de Santiago… Y junto a las parroquias, las escuelas parroquiales para que al mismo tiempo que se aprendían las verdades divinas fueran aprendiéndose la lectura y la escritura y toda suerte de conocimientos de las cosas humanas. Ya en Pátzcuaro había fundado Don Vasco el primer Seminario de América y lo había puesto bajo el amparo de San Nicolás Obispo, para que se educaran en él los sacerdotes que habían de servir en las parroquias “por la gran falta de ministros de los santos sacramentos y culto divino que aquí en todo nuestro obispado de Mechuacán a habido e ay”. Fundó también en la misma ciudad un gran colegio para doncellas españolas e indias, en donde se les daba instrucción cristiana a la par que toda clase de enseñanzas adecuadas a su clase y sexo.

Detalle del pasillo superior del Convento de San Agustín en Yuriria, Gto.

En la historia religiosa de la Provincia de la Compañía de Jesús de México se dice que “una obra de grande utilidad para esta nación (el pueblo tarasco), que el santo prelado introdujo, fue que en cada pueblo de ella todos los vecinos aprendiesen un particular oficio, y para esto hizo traer oficiales primos que lo enseñasen, con que salieron muy diestros los tarascos en todas materias”. Y así, en Capula se dedicaron a pieles, en Patamban y Tzintzuntzan a forjar utensilios de barro, en San Felipe de los Herreros a trabajar el fierro, en Nurío a tejer la lana… Con esto dividió el trabajo entre los pueblos, facilitó el intercambio de productos e hizo más llevadera la vida. En varias partes fundó Don Vasco los hospitales “para sustentación y doctrina, así espiritual como moral exterior y buena policía de indios pobres y miserables personas, pupilos, viudas, huérfanos y mestizos…” “Sus bienes –tierras, estancias, granjerías, ganados, molinos, batanes y telares- producirían sus frutos por el trabajo de todos y serían para beneficio de todos, pero se repartirían, no en partes iguales, sino proporcionales a las necesidades de cada uno y de su familia, de manera que ninguno padeciese necesidad”. En varias partes estableció estos centros de protección para los indios: en Santa Fe de la Laguna, en Santa Fe del Río, en Pátzcuaro, en Guanajuato, en Irapuato, en Salamanca. Muy grande y muy hondo era el bien que los hospitales hacían en la raza indígena. Los mismos escritores liberales alababan la obra del Obispo civilizador. Sabias y prudentes fueron las ordenanzas que dio el Obispo para el gobierno de su diócesis. Dos veces, según es tradición, la recorrió de una parte a otra evangelizándola y en todas las regiones fue dejando la luz de su palabra, el calor de su paternal afecto y la enseñanza viva de sus ejemplos. Todavía los indios lo veneran y lo llaman con el cariñoso nombre de Tata Vasco.

Pintura en el Templo de Nuestra Señora de la Luz en Salvatierra, Gto, en un principio se le llamaba Nuestra Señora del Valle en su humilde capilla de Guatzindeo, hacia 1808 la imagen es trasladada a Salvatierra.

Al morir en Uruapan, el 14 de marzo de 1565, a los noventa y cinco años de edad, dejaba el egregio pastor una diócesis de un territorio vastísimo. Comprendía lo que hoy son los estados de Michoacán, de Colima y de casi todo el de Guanajuato, con excepción de los distritos de Casas Viejas (Iturbide) y de Xichú (Victoria), que pertenecían al Obispado de México; comprendía, además, dos cantones del Estado de Jalisco, a saber: Zapotlán y la Barca; tres distritos del Estado de Guerrero, que son lo que actualmente se llaman Galeana, La Unión y Mina, y casi todo lo que hoy es San Luis Potosí. En un principio, todos los obispados de Nueva España reconocieron como Metropolitana a la Sede de Sevilla; mas cuando Paulo III en 1546 elevó a la Diócesis de México a categoría de Arzobispado, Michoacán la reconoció como metrópoli, y en esta subordinación estuvo hasta el 19 de marzo de 1863 el Papa Pío IX elevó a la dignidad arzobispal la sede de Don Vasco. Se le señalaron como diócesis sufragáneas la de San Luis Potosí, la de León, la de Zamora y la de Querétaro. Las tres primeras habían sido formadas del territorio de la diócesis michoacana; la de Querétaro, del territorio de la diócesis de México. El Papa Pío IX erigió estos Obispados. El de San Luis Potosí, el 19 de septiembre de 1854; los de Querétaro, León y Zamora, el 26 de enero de 1863. El primer Obispo de San Luis fue el Ilmo. Sr. Don Pedro Barajas Moreno; el de Querétaro, el Ilmo. Sr. Don Bernardo Gárate López Arizmendi; el de León, el Ilmo. Sr. Don José María Diez de Sollano y Dávalos, y el de Zamora, el Ilmo. Sr. Don Antonio de la Peña Navarro. Todavía en la nueva división de las diócesis mexicanas que hizo el Papa león XIII, en junio de 1891, la de Michoacán alcanzó alguna modificación, pues el obispado de San Luis Potosí pasó a ser sufragáneo de Linares. Por último, el Papa Pío X, en su bula “Hodierni Sacrorum Antistites”, del 26 de juio de 1913, erigió la diócesis de Tacámbaro. Ejecutó la bula papal el Excmo. SR. Don Leopoldo Ruíz y Flores, el 20 de junio de 1920. El primer Obispo de la nueva diócesis fue el Excmo. Sr. Don Leopoldo Larra y Torres. En el año de 1924, la Santa Sede dispuso que en adelante el Arzobispado de Michoacán se denominara Arzobispado de Morelia.

Desde su fundación, en 1563 hasta el presente, el Obispado de Michoacán, hoy Arzobispado de Morelia, y la segunda sede metropolitana del país, ha tenido pastores eminentes por su sabiduría y virtud. Muchos de ellos fueron obispos verdaderamente ejemplares e insignes repúblicos.

Altar mayor del Templo de El Señor del Hospital en el año de su Jubileo.

Lo anterior es la transcripción de un extraordinario libro que me fue prestado de la biblioteca del Dr. Don Antonio Roa y Sierra (qepd) por su muy querida esposa Doña María del Carmen González de Cossío, titulado Álbum Jubilar, Editado en Morelia, Mich. En 1949 en los Talleres Fimax Publicistas. La monografía “La Antigua Arquidiócesis y las Diócesis Sufragáneas” fue escrita por el Pbro. Ramón López Lara. NIHIL OBSTAT

domingo, 24 de mayo de 2009

Ernesto Barton, diseñador del Templo de El Señor del Hospital

Nos refiere Don José Rojas Gacidueñas que la construcción del Templo de El Señor del Hospital se inició el 12 de mayo de 1888 según el proyecto que hizo el ingeniero Ernesto Burton. Luego de una ardua búsqueda, finalmente encontré la monografía “Salamanca hoy, 1987”, escrita por Guillermo Razo y publicada por la Revista Radar en Marzo de 1987 en donde nos ofrece una visión del paso del Ingeniero Barton por Salamanca, la cual dice que… “La historia de los Barton en Salamanca, rebasa los límites de lo interesante. Ernesto A. Barton, connotado ingeniero inglés, llegó a Salamanca cuando la última cuarta del siglo XIX asomaba. Su fama la ganó a base de trabajo y tesón. Era sumamente competente en cuanto a obras de ingeniería se refiere. En 1889 realizó la obra –tal vez la mejor de cuantas hizo- del puente negro sobre el Río Lerma, al que se le puso como nombre Manuel González, en honor del que fuera Presidente de México y gobernador del Estado de Guanajuato por tres períodos consecutivos, aún cuando para esta fecha ya había fallecido en su hacienda de Chapingo".

"Alrededor de esos años, tal vez un poco antes, el ingeniero Barton había dirigido aquí los trabajos para armar la primera locomotora del centro que después cubriría los tramos de Celaya a Irapuato. En estos trabajos en los que colaboraron numerosos salmantinos destaca por su capacidad y conocimientos el mecánico Esteban Castillo. Esta locomotora estuvo formada por dos carros de pasajeros, otros tantos de carga, su ténder, lleno de leña y carbón cumplió, como producto del trabajo del ingeniero Barton, con éxito su misión de servicio. Inglés de nacimiento Barton conservó familiares suyos en la Gran Bretaña y ya estando aquí alguna vez los visitó. Barton también fue el constructor del famoso obelisco que se encontraba en la plaza principal de la ciudad y que fue destruido en la remodelación que ya en el siglo XX se hiciera al jardín. A este obelisco el pueblo lo llamaba “La Pirami” o Parián. Barton por el tiempo en que desarrolló los distintos trabajos, se le comenzó a ver como un ciudadano salmantino mas, muy respetable y conocedor".

Por esos años, había en la ciudad una familia de gran renombre, los Moreno, formada por Virginia, Tomás, Juan Valentín y Luisa. Esta última de gran belleza y dotes artísticas. No se sabe si fue aquí en Salamanca donde Luisa Moreno conoce al Ingeniero Barton o en alguna de sus giras, pero al poco tiempo esta pareja contrajo matrimonio (hacia 1880, según lo menciona don José Rojas Garcidueñas). Habitaron por muchos años una elegante casa, propiedad de los Moreno, en la esquina de Juárez y Vasco de Quiroga, donde ahora se levante el Hotel María Teresa. Ernesto A. Barton, fue un apasionado de su hogar y su familia, con Luisa procreó dos hijos. El hijo heredó del padre el nombre y el físico, era alto, de manos y pies grandes. Con la pequeña, también muy bella, se inició la historia trágica de la familia. Contrajo una enfermedad contagiosa, (difteria) por la que la tuvieron que aislar del resto de la familia. Barton padre sintió hasta el alma esta enfermedad y aún cuando los médicos no le permitían ver a su hija, no quiso separarse de ella y contrajo la enfermedad que junto con su pequeña lo llevó a la tumba en 1890.

viernes, 22 de mayo de 2009

Una visión histórica de don Isauro Rionda Arreguín

Hablar de la historia del Señor del Hospital nos remite a las tribus otomíes que vivían en el asentamiento de indios de Xidóo, muy cercano a la puebla de españoles denominada Estancia de Barahona, pero debemos entender que no fueron los otomíes el pueblo original de esta zona, sino que fueron introducidos por los españoles, una vez iniciada la expansión del imperio español en el nuevo mundo, meses después de la caída de Tenochtitlán el 13 de agosto de 1521.

Eran los chichimecas quienes poblaban la zona, ellos, como nombre genérico llevaban este nombre que significa algo que los aztecas despicaban y de ahí el uso de chichi que significa perro, para denominarlos. Los chichimecas eran tribus nómadas que vagaban por la zona conocida por aridoamérica, lo que es el actual estado de Guanajuato, así como Aguascalientes, Zacatecas y San Luis Potosí.

Su vida era dura, sin asentamientos y en continuo movimiento, en busca de comida que la naturaleza ofrecía y de los animales como roedores, lagartijas, coyotes y venados que también consumían, daban a ellos un dejo de fiereza. En continua lucha ente ellos mismos y los pueblos cercanos, como el otomí y tarasco era, precisamente en Salamanca, en donde se congregaban estas tres razas, a cual más distinta en su modo de actuar y docilidad.

Ante los continuos asaltos de que los españoles eran sujetos en los caminos que ya se iban trazando rumbo norte a donde ya habían encontrado la primera mina de plata en Zacatecas, deciden iniciar una lucha de exterminio del pueblo chichimeca, llegando incluso a pagar por cada uno que fuera asesinado. Fueron más de treinta años de lucha, los chichimecas seguían firmes en su ideal de libertad y en su propia concepción del mundo cuando “viendo las nefastas consecuencias de la tal guerra, los provinciales de las Órdenes religiosas de Santo Domingo, San Francisco y San Agustín, le pidieron al Rey Felipe II, en 1561, que la comarca chichimeca no fuera conquistada por las armas, sino que se permitiera a los frailes catequizarlos y que se les condonaran los tributos de los chichimecas por algún tiempo y con tales medidas mucho se lograría en la pacificación y triunfo de la fe”.

Es don Isauro Rionda Arreguín, cronista de la Ciudad de Guanajuato y director del archivo histórico del estado quien nos comenta mas sobre ese álgido período en su libro Capítulos de Historia Colonial Guanajuatense, Universidad de Guanajuato, 1993,: “Casi al final del siglo XVI el territorio del actual estado de Guanajuato, sobre todo el Bajío, ya se encontraba totalmente ocupado por villas de españoles o sus hijos, pueblos de indios, estancias ganaderas que en mucho se estaban convirtiendo en agrícolas y algunos ranchos sueltos dedicados al cultivo de cereales que casi en su totalidad se consumían en los reales de minas más cercanos”.

Las consecuencias económicas de la conquista europea estaban ya sobre las poblaciones autóctonas, ante la exigencia de pagar contribuciones muchos de ellos huyen rumbo norte desde las cercanías de Tenochtitlán y se asientan en el Bajío, tlaxcaltecas, mexicas y mazahuas, entre otros mientras que los otomís del ya cacicazgo de Jilotepec, siendo aliados de los españoles, incursionan en el Bajío con la idea de fundar poblaciones sujetas a su cacicazgo. “Así los otomíes de hacia Jilotepec harán su aparición en los principios de la segunda mitad del siglo XVI cargando una imagen de un Cristo que mucho se ha venerado hasta el momento presente”.

Don Isauro continúa así: "Propiamente para los años sesentas del XVI, la fértil campiña de la próxima Salamanca novohispana se encontraba repartida y posesionada en estancias ganaderas de españoles y una que otra aldea indígena, lo que había ocasionado en crecimiento de la población blanca, india y mestiza, sin faltar la negra y mulata, como lo viene a comprobar que para el año de 1563 el obispo de Michoacán Don Vasco de Quiroga, haya designado párroco para la región, con asiento, templo y hospital, en la estancia administrada por Baltasar López de Ledesma y propiedad de un tal Sancho de Barahona, gachupín de reciente arribo al promisor nuevo mundo, lo que no nos debe ser extraño, pues en este momento pocas eran las parroquias en el Bajío que comprendían a un solo centro de población, como ciudad, villa o pueblo, sin que “diversas unidades territoriales, tales como varios pueblos, lugares o haciendas o ranchos…” como nos lo dice Claude Morín”.

jueves, 21 de mayo de 2009

San Bernardino de Siena

Apenas ayer, 20 de mayo, celebramos a San Bernardino de Siena, el más grande de los predicadores franciscanos del siglo XV. Muerto en 1444, pasaron solo seis años para ser canonizado dado el relevante trabajo que realizó. De San Bernardino de Siena nos quedan sus elocuentes sermones y esa gran devoción que tuvo hacia la imagen de Jesús, razón por la cual su monograma, el IHS, siempre estuvo presente con él.

A Salamanca, Gto., le fue otorgada la gracia de tener en las reliquias de la Parroquia de El Señor del Hospital una que viene de San Bernardino. Poca gente sabe de la existencia de ella, pero allí está, aunque sin estatua del santo, pero allí está la cápsula que contiene un pequeño resto, una astilla de los huesos del venerado san Bernardino de Siena.

Para leer más acerca de las reliquias, favor de acceder al siguiente enlace:
http://vamonosalbable.blogspot.com/2009/05/reliquias.html

miércoles, 20 de mayo de 2009

Historia de las figuras de pasta de caña de maíz

El Dr. Julián Bonavit en su trabajo sobre las figuras de pasta de caña “Esculturas Tarascas de caña de maíz”, de los Anales del Museo Michoacano, publicado en Septiembre de 1944; se refiere, sin proporcionar la fuente al origen y uso de los ídolos de caña de maíz: “ … era costumbre de los tarascos, como lo fue de los etíopes, de los egipcios y de otros pueblos antiguos, llevar consigo sus dioses a la fuera pues creían que procediendo de este modo, sus deidades quedarían complacidas y les presarían más eficaz ayuda para vencer al enemigo; pero les sucedía que a veces, como es natural, ser derrotados y en este caso o era raro quedasen sus ídolos en poder de sus adversarios, pues por su mucho pesos no les era fácil cargarlos y transportarlos rápidamente a puntos retirados del sitio de la lucha donde pudieran escapar de ser tomados y llevados por sus contrarios a su país como trofeo de gloria para ellos a la vez que de vergüenza para los tarascos. Comprendiendo los sacerdotes la necesidad de evitar pérdidas tan dolorosas en caso de un descalabro de sus huestes, buscaron la manera de reducir al mínimo las probabilidades de que sus dioses quedasen en el campo de batalla a merced de los vencedores, logrando después de tiempo y experimentos repetidos, obtener una pasta tan ligera y poco densa, al grado que una escultura del tamaño de un hombre apenas llegaba a pesar seis kilos escasos, y por lo mismo y no solo de los “tinietchas”, que eran los sacerdotes destinados a lleva los dioses a la guerra podía fácilmente transportar un ídolo largas distancias a cuestas o en los brazos sin experimentar gran fatiga.”

Que esta técnica se aplicara a la elaboración de las imágenes cristianas, es indiscutible, y, Fray Matías de Escobar, en su reflexión de 1729, parece dar la explicación: “las mismas cañas que habían dado materia para la idolatría, esas mismas son hoy materia de que se hacen los devotos crucifijos de los cuales ceo se complace el Señor de ver consagradas aquellas cañas en imágenes suyas…”

Las observaciones que pudimos hacer durante los años de trabajo de restauración, nos enseñaron que la técnica empleada en las figuras de grandes proporciones es diferente de las que se usaba en las figuras “domésticas” o de pequeñas proporciones. Las primeras, sobre todo los Cristos, están huecas en su interior, salvo un núcleo de madera liviana (colorín) el cual corresponde a la pelvis del esqueleto humano; también las manos y los pies, y a veces la cabeza, están tallados en su totalidad, o la pasta de caña de maíz se encuentra aplicada sobre una forma burda de lo que después hará la mano o el pie. En cuanto a los “domésticos”, desde el principio se hicieron completamente de trozos de la pulpa de la caña de maíz, pegados con aglutinante vegetal, encima de los cuales se modelaban las formas detalladas con la pasta del mismo material.

El anterior es un artículo escrito por Enrique Luft, publicado por Artes de México en 1972. Número 153. El Cristo pertenece a una familia de un rancho del Bajío que lo ha conservado por mas de 200 años.

martes, 19 de mayo de 2009

Los mármoles del templo de El Señor del Hospital

Es gracias al don José Rojas Garcidueñas que sabemos acerca de los mármoles instalados en el Templo de El Señor del Hospital, obra de la afamada firma Mármoles Ponzanelli; si consideramos que el inicio de la construcción del Templo fue el 12 de Mayo de 1888 y su consagración el 30 de Abril de 1924; y tomamos en cuenta que el Sr. Adolfo Ponzanelli funda su empresa en 1906, será quizá entre 1920 y 1923 que hace el trabajo en Salamanca, considerando que había ya terminado la Revolución.


Don Adolfo Ponzanelli, discípulo de August Rodin, llegó a México contratado por el Arquitecto Adamo Boari como soporte en el diseño y construcción del Palacio de las Bellas Artes y el Monumento a la Independencia, obras por demás representativas de la Ciudad de México. Su empresa sigue funcionando en todo lo relacionado a la instalación de mármoles y pisos finos. No cabe duda que, gracias a la colaboración económica de Doña Emeteria Valencia, la erección del Templo de El Señor del Hospital se hizo con lo mejor que existía en la época.



domingo, 17 de mayo de 2009

Descripción del Altar Mayor

En el altar principal sobresale la imagen de un Cristo Negro, el cual es conocido como El Señor del Hospital, albergado en un nicho en arco de medio punto rodeado por columnas pareadas de capitel compuesto, mismas que sostienen un entablamento decorado con relieves vegetales en dorado. Sobre el entablamento hay una pintura al óleo de la Virgen de Guadalupe envuelta en un gran arco interrumpido por esculturas de ángeles, relieves vegetales, geométricos y florones de media muestra.

Datos tomados del sitio:
http://www.xidoo.com.mx/turismo.html

sábado, 16 de mayo de 2009

El Señor del Hospital visto por la revista México Desconocido

La historia de este santo Cristo Negro se remonta a 450 años de antigüedad y fue fabricado en Pátzcuaro, con Pasta de caña de maíz hacia el año de 1543. La imagen representa al Cristo muerto en la cruz, con el rostro muy caído hacia su costado derecho y descansando sobre su pecho, posición poco común lo que, aunado a su color, lo hacen uno de los cristos más interesantes de México.

La figura mide 1.80 metros y pesa 13 kilos. Esta imagen fue instalada en la antigua Xidoo (hoy Salamanca) en el año de 1560 y, a los tres años, se le dio el nombre del Cristo del Señor del Hospital por habérsele colocado a un costado del Hospital para indios.

Siglos después (1888-1924), en ese sitio fue construida una iglesia, la cual se conoce hoy en día como la Parroquia de Nuestro Señor del Hospital, a la que desde ese entonces acuden miles de personas de distintos puntos del Estado, cada Jueves y Viernes Santo para venerar al milagroso Cristo Negro.

Muchos de estos peregrinos, hacen su camino a pie, motivo por el que invaden las carreteras de acceso a la ciudad de Salamanca, en el Estado de Guanajuato.

viernes, 15 de mayo de 2009

San Isidro

15 de Mayo. San Isidro Labrador, templo de la Ex hacienda de Cerrogordo, cercana a Salamanca, Gto.

jueves, 14 de mayo de 2009

Recuerdos de mi visita a El Señor del Hospital

Una de las gratas sorpresas que se lleva uno con la gente mexicana que por razones varias emigra de México a los Estados Unidos es ver que mantienen vivo el recuerdo de la tierra de origen, de sus tradiciones y es muy agradable cuando las comparten, como es el caso de José Alfredo Medina González, de Pueblo Nuevo, Gto., que ahora vive en los Seattle y nos cuenta su historia con El Señor del Hospital:

Hoy es el martes santo de Semana Mayor. En Pueblo Nuevo se acostumbraba ir de visita a Salamanca a la parroquia del Señor del Hospital. El señor del Hospital es una escultura de pasta de caña de las de Michoacán que supuestamente, también donó Don Vasco de Quiroga desde Pátzcuaro, igual que la escultura de Nuestra Señora de la Candelaria del pueblo. Todas estas historias parecieran leyendas. Al leerlas uno, se me figura que se está efectivamente, leyendo una leyenda fantástica y llena de imaginación ajena a la realidad.

Por estas fechas, se hacían viajes especiales en camión hasta Salamanca. La gente se estaba en Salamanca todo el día y ya por la tarde, regresaba al pueblo, satisfechos de haber ido a visitar al Señor del Hospital y rogar o cumplir "mandas" por milagros que se desean o que se los ha hecho el Santo Cristo.

Recuerdo que mi abuelo me contaba que al llegar a Salamanca y naturalmente después de haber cumplido su cita con el Señor del Hospital, iban a comprar pan de leche, quesadillas y charamuscas de horno, etc. y se iban a los baños. Supuestamente había, no se en donde, en Salamanca, un ojo de agua termal a la que acudía la gente a supuestamente sanarse. Ya ven que muchas cosas en México tienen propiedades curativas dicen y la gente les creé.

Como mis tíos Salvador (Mano o Lolol) y mi Ramón (Mon) Ramos eran los propietarios de la línea de camiones que circulaba primeramente a Salamanca y con el tiempo a Irapuato. Naturalmente que todo Pueblo Nuevo iba a Salamanca y era como un día de paseo. Supuestamente mi abuela Mamá Toña Ramos iba a visitar a su nana que era y vivía en Salamanca. Se llamaba Gerarda Olivares y parece que llegó a Pueblo Nuevo como asistente del señor cura Fray Ángel Manuel Gazca al inicio del curato local de mi pueblo. Fue la nana de mi bisabuela Antonia Rivera Mota y luego de mi abuela al morir su madre. La cuestión es que la visitaban y le llevaban provisiones. Chocolate, piloncillo, arroz, canela, azúcar, etcétera y de paso, la visita obligatoria a los templos y parroquias de Salamanca. Era toda una fiesta el ir no como ahora, que es una simple visita que se hace como a cualquier pueblo y en menos de lo que canta un gallo. Los caminos no son lo que fueron y es muy fácil el ir y venir.

Naturalmente que también iba mucha gente a pagar sus mandas a pié, en peregrinación. Mucha gente pasaba por el pueblo que venía desde las poblaciones cercanas a la ciudad de Abasolo. Venían y paraban de paso por la parroquia del pueblo, había repique de campanas como a eso de las dos o tres de la tarde. Veíamos a los peregrinos con cansancio reflejado en sus rostros sudorosos y llenos de tierra. Recuerdo claramente ver a las mujeres con zapatos de hule, falda y rebozo y a los hombres de huarache. Portaban banderas de sus congregaciones y entraban al pueblo cantando a Dios. Eran peregrinaciones larguísimas. Me figuro que venían de pueblos tan distantes como El Zorrillo, San José de Peralta, La Labor de Peralta, El Brete, Boquillas, Rancho Nuevo de la Cruz, Las Masas, La Laguna Larga, Bernales, Las Guadalupitas, Las Crucitas, La Tinaja de Bernales y todos esos ranchos cercanos. Creo que en la actualidad, muy poca gente va a Salamanca a agradecer los favores y gracias al Santo Cristo del Señor del Hospital.


Más recuerdos y comentarios de José Alfredo Medina los podrán leer en su blog:
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Misa Solemne -2

Fue a las seis de la tarde, del Martes Santo, 7 de Abril, de 2009, que se ofició la segunda misa solemne, contando siempre con la presencia del Sr. Obispo de Irapuato, don Jesús Martínez Zepeda, ante un templo lleno de feligreses, espléndidamente iluminado y profusamente decorado. El oficio se llevó con la solemnidad que los cuatro siglos y medio de la llegada del Cristo Negro a Salamanca merecía.

El lugar que se dice fue visitado en la última visita pastoral a la diócesis de Michoacán por el primer obispo, Don Vasco de Quiroga, “Tata Vasco”, en 1563 y en donde se presume, fue entregado el primer título que la ciudad recibe, otorgándosele el nivel de Curato, por el propio Obispo Quiroga, se encontraba ya el Cristo Negro.

En esta segunda misa solemne se volvió a leer la carta en donde se anuncia el inicio del Año Jubilar, y se hizo la entrada y bendición de las dos imágenes peregrinas que tendrán por objetivo recorrer toda la diócesis de Irapuato y dar a conocer la historia de la misma.

El Cristo Negro del Señor del Hospital es honrado hoy, más que nunca, en el lugar, que de acuerdo a la leyenda, el mismo eligió para quedarse de por vida.