La siguiente biografía es del personaje femenino mejor conocido, al menos por nombre, nacido en Salamanca, Guanajuato: Tomasa Estévez. De ella se han comentado varias cosas, todas relacionadas a su belleza, hay quien la considera la Friné Mexicana, unos dicen que fue Iturbide quien giró la orden de su ejecución, otros que esa seducción que realizaba en las tropas realistas era con el fin de llevarlos a las filas insurgentes. Es bien conocido el pasaje aquél en el que Tomasa Estévez, momentos antes de ser fusilada pide le den algunos alfileres para cuidar de que al caer víctima de la ejecución, sus enaguas le sigan cubirendo. No hay muchos datos de ella, sin embargo, ahora que, gracias al licenciado Rafael Reyes, Cronista vitalicio de Moctezuma, San Luis Potosí, que me hace llegar una copia del libro publicado en 1918 de Carlos Hernández, es que veo una versión ligeramente distinta de la historia que habitualmente leemos sobre la vida de la heroína nacida en Salamanca.
"Son bien conocidos por los anales de la historia los duros acontecimientos verificados en los primeros días de la Independencia mexicana. Ocurridos los primeros combates en San Miguel el Grande, Guanajuato, Valladolid y Las Cruces, a causa de los inconcebibles desmanes que se desarrollaron por parte de los Insurgentes empezó una reacción realista que bien pronto puso a los peninsulares en condiciones de tomar la ofensiva. Fue entonces cuando en Zacatecas, el conde de la Cadena, don Manuel Flón, levantó un cuerpo de tropas, con hombres decididos, bien asalariados y que imbuidos en el arte militar, sus jinetes en defensa del rey, bien pronto fueron el terror de los patriotas.
El conde de la Cadena tomó una participación muy activa con su incontrastable caballería en el memorable hecho de armas del Puente de Calderón, pues fue segundo en jefe, pero este realista fue herido de gravedad y sucumbió. Este noble personaje tenía un hijo a quien pudo profundamente la trágica muerte del autor de sus días, y como en su corazón se abrigasen las más airadas pasiones, juró vengar la muerte de su padre derramando unas cuantas ocasiones se le presentase la sangre de los patriotas mexicanos, lanzándose en la lucha con furor Euménida: (se refiere a las Euménides (obra). Ese era el terrible Coronel Flón! En todas partes los Insurgentes iban prendiendo terreno, y los realistas a su vez iban recuperando las más importantes plazas de la Nueva España. Salamanca, hermosa población de la Provincia de Guanajuato, situada a orillas del caudaloso río Lerma, fue evacuada por los americanos. Los realistas a tambor batiente se acercaron a ella, y cuando sus habitantes supieron que el jefe de la columna era el coronel Flón, se llenaron de terror, porque comprendieron que en el momento iba a empezar lo feroces actos de su venganza con que pretendiera hacerse tristemente célebre.
Algunos de esos vecinos abandonaron el caserío, refugiándose en despoblado; otros, confiados en la Providencia, se encerraron en sus hogares, no sin temer que de un instante a otro podrían ser conducidos al fusilamiento o a prestar sus servicios forzados en las filas realistas. La entrada del coronel Flón se verificó a la caída de la tarde. Cerradas a remache las puertas de las casas, por suerte nefanda en una de estas sus moradores dejaron su entrada enteabierta y al ver dos soldados de la columna, se desprendieron de ella sigilosamente, sin ser notados el hecho ni por los oficiales ni por los sargentos o cabos. Ya en el interior aquellos dos desventurdos, ocurrieron a la dueña de la casas, la joven de sorprendente hermosura, doña María Tomasa Estevés y Salas, echándose a sus pies y suplicándole encarecidamente los ocultase.
Eran dos mexicanos arrancados del lado de sus pobres familias por la presión de la leva realista, y aunque en el momento no se encontraba en la casa el esposo de dicha joven, al simpatizar ésta con las ideas de la independencia y ser patridaria decidida de la causa de los americanos, con alma bondadosa acogió a los desertores. en vano la madre de doña María Tomasa le hizo patente el peligro inminente a que se exponía, en vano le manifestó el riesgo con que comprometía a su esposo que en aquel instante se hallaba ausente, en vano hizo valer su ascendiente de madre... Todo fue inútil.
Ella dijo a la autora de su existencia que aunque perdiese la vida estaba dispuesta a salvar la de aquellos dos mexicanos víctima de la tiranía. Entre tanto, las fuerzas de los realistas se alojaron en sus cuarteles, y como se notase la desaparición de aquellos dos soldados, se dio la parte de lo ocurrido al coronel Flón. Este ordenó que inmediatamente se practicase un cateo y no fue difícil encontrar a los prófugos. Llevados a la presencia del coronel, juntamente con la señora Estevés los lastimó duramente y en su cólera mandó que fuesen pasados por las armas. La noticia conde con la velocidad del rayo y todos los vecinos se llenan de consternación al saber que sería fusilada una persona tan estimada por sus virtudes como doña María Tomasa. Su esposo se ofreció con objeto de recibir por ella la muerte, pero nada consiguió. Los vecinos más caracterizados hicieron valer sus gestiones con el fin de libertar a la condenada, pero todo resultó ineficaz. el conde Flón solo oraba al recuerdo de la muerte de su padre, el conde de la Cadena.
La señora Estéves serena, y con la mirada fija en el cielo, camina con paso firme sin dar a conocer la menor debilidad, una vez formado el cuadro, empezó a soplar viento, y como la ajusticiada notase que le descomponía sus vestiduras, pidió unos alfileres con que se las aseguró. Luego se hincó entre sus dos compañeros y suplicó a los soldados no se le apuntase a la cara. Los soldados con lágrimas en los ojos recibieron la orden de fuego y la atroz descarga se dejó escuchar. Mientras esto sucedía, la madre de la señora Estévez, rodeada de las personas de su familia y de su intimidad, al oír las señales de la ejecución, sin derramar llanto ni exhalar una queja, les dijo que ya era hora de levantar sus preces al Todo Poderoso por el descanso de aquella mártir.
Por su parte el coronel Flón dispuso que la cabeza de la señora Estévez y Salas fuese cortada de su cuerpo, y traspasada con una escarpia enorme se le afianzó a la extremidad de una viga, colocándosele en la citada plaza principal, para ejemplar de encubridores de Insurgentes que aspiraban a tener libertad.
Ahí permaneció por mucho tiempo la cabeza, provocando la admiración y el asombro de cuantos la contemplaban. Aquella testa hermosa, no presentaba en sus delicadas líneas los duros carcacteres de una fusilada, sino la apacible tranquilidad de una excelsa beatitud. Ligeramente pálida, mostraba la tenue calma de un reposado dormir, velado por los cadejos de una abundante y juvenil cabellera , cual si para despertar esperase la solemne hora de la justicia divina.
Fuente:
1.- Lic. Carlos Hernánez. Mujeres célebres de México. Casa Editorial Lozano. San Antonio, Texas. 1918.