domingo, 27 de junio de 2010

Testimonios de viajeros que pasaron por Salamanca en el siglo XIX

Hace algunos meses dimos cuenta de aquellos pocos extranjeros que fueron aceptados por la Corona Española a transitar por su posesión en la llamada Nueva España, esto temiendo a que dieran fe a las potencias emergentes de ese tiempo, Francia e Inglaterra, de las riquezas que estos territorios guardaban. Dimos fe de lo escrito por fray Fermín de Olite en 1764; también de lo referido por Nicolás de Labora en 1766 y terminamos con Francisco de Mourelle en 1790 así como de fray Francisco de Ajofrín en 1764; es decir, puro siglo XVIII. Esta vez daremos cuenta de lo que fue lo escrito en el siglo XIX, una vez que los dominios españoles no incluían ya a México.


Sin decir realmente mucho sobre Salamanca, a su paso por aquí en 1804, el barón Alexander von Humboldt escribió en su Ensayo político sobre el reino de la Nueva España “En México, los campos mejor cultivados son los llanos que se extienden desde Salamanca hasta las inmediaciones de Silao, Guanajuato y la villa de León, y en los cuales están las minas más ricas del mundo conocido”. Hizo las consecuentes mediciones, mismas que levantó en todas y cada una de las poblaciones que pisó y no más. Sobre Salamanca no volvió a decir cosa, mucho menos a hacer una descripción del pueblo. Sin embargo, en su obra encontramos algo que nos llama la atención al mencionar los olivos, los cuales estaban prohibidos por la propia Corona Española para proteger sus intereses comerciales con los productores allende el Atlántico y dice “El olivo es muy raro en toda la Nueva España; no hay más que un solo olivar, pero hermosísimo, que pertenece al arzobispado de México, situado en Tacubaya. También se cultiva el olivo en la hacienda de los Morales, cerca de Tacubaya, en las proximidades de Chapultepec, en Tulyehualco, cerca del lago de Chalco, y en el distrito de Celaya”. Hay una posibilidad de que estos olivos a los que anota como parte del distrito, Alcaldía mayor para ser exactos; sean los que hubo en su momento en Sarabia, en donde el molino que existió se dedicaba a moler la aceituna. Será interesante profundizar sobre ello. (1)


Para 1827 el británico encargado de negocios de Su Majestad en México, Henry George Ward (1797–1860), escribe las memorias de su viaje por México, en el libro México en 1827, escribe lo siguiente:


“11 de noviembre. De Celaya a Irapuato la distancia es de catorce leguas. Desayunamos en el rancho de los Cuajes, a unas seis leguas de Celaya, y llegamos a Salamanca a las tres de la tarde. El pueblo, como la mayoría de los más pequeños del Bajío, está medio arruinado, pero el lugar es agradable y rico suelo circunvecino. Poco después de haber salido de Salamanca fuimos sorprendidos por una violenta tormenta que en un momento convirtió los migajones finos sobre los cuales íbamos caminando en una masa de lodo, a través de la que nos desplazamos con gran dificultad… Salamanca tiene 485 labradores y 1 091 artesanos, de una población de 15 503 almas. En el distrito de Irapuato hay treinta haciendas de campo y dieciséis ranchos; en Salamanca, veintinueve haciendas y sesenta y nueve ranchos, muchos de los cuales, sin embargo, son muy pequeños. No existen informaciones similares acera de Celaya”. (2)


Hay un turista, M. Gilliam Albert, un viajero gringo, de esos que luego se dejaron venir por montones, solo que éste tiene la característica de darnos un panorama real de lo que era México en 1844, asaltos, robos, incomodidades y un paisaje, que si ahora sigue siendo bello, nos lo hace imaginar en sus relatos, cuando era un poco más “prístino”, por así decirlo.


“Después de Celaya pasamos por Salamanca. Nos detuvimos a tomar un refrigerio y los españoles rivalizaban en ser amables conmigo. Salamanca es una ciudad industrial y sus molinos de algodón se impulsan por fuerza animal. El propietario de la Casa de la Diligencia me divirtió mucho porque se extasiaba ante una pieza de algodón: llegó corriendo hasta los pasajeros y nos la mostró; en tanto que los españoles y el mexicano se le acercaron para examinarla, él los hizo a un lado para ponérmela sobre el regazo, con aire de gran comerciante. Examiné la mercancía, y mirándola, le dije: “Bueno”; al oír esto el buen viejo aplaudió y empezó a darme palmadas sobre los hombros hasta que me fatigó. Tuve interés, con todo, en saber el precio de la pieza… y se lo pregunté a mi huésped, a lo que replicó “que tres reales” (treinta y siete centavos americanos). Estoy seguro que estas mercancías muy bien podrían importarse en México al magnífico precio de doce centavos. No hago comentarios posteriores sobre las aduanas, y eso en un país en que en cada pedazo de tierra podría cultivarse el algodón”. (3)


Para 1852, Paul Duplessis en su obra Un mundo desconocido o un viaje contemporáneo por México, pasa por Salamanca, él, al igual que muchos otros lo hizo al tener como objetivo llegar a Guanajuato y dar fe de la abundancia de sus minas, escribe algo que nos sorprende, al mencionar la práctica tan común durante la lucha independentista, la de degollamiento que se dio, en ambas partes, como medida, en un caso de ejemplo, en el otro de represalia entre las partes. Sería interesante saber si las cabezas que se mencionan corresponden a la de algún héroe conocido, solo que es ya el 52, han pasado de 35 a 40 años… veamos:


“En Salamanca nos llamó la atención una sola cosa, que fue la entra a los arrabales. Las paredes de los jardines y de algunas habitaciones se componen simplemente de enormes cactus derechos como cirios, espinosos en su extremidad y del grueso del cuerpo de un hombre. Este método de construcción es de los menos molestos, y solo con un poco de paciencia se ve elevarse la casa por si misma. Diariamente también observamos en Salamanca algunas cabezas de muerto, expuestas en las entradas de la ciudad y habiendo preguntado si eran de capitanes de ladrones se nos respondió que eran de los generales insurgentes que habían fusilado los españoles en la guerra de independencia. Una vez ya vencedores los mexicanos se olvidaron de salvar de las injurias del tiempo y de la vergüenza de la curiosidad pública, aquellos gloriosos restos de los mártires de su libertad”. (4)


Fuentes:


1.- Humbold, Alexander. Ensayo político sobre el reino de la Nueva España. Editorial Porrúa. México, 1984


2.- Ward, Hery George. México en 1827. FCE, Lecturas Mexicanas 73. México, 1985.


3.- Galantz, Margo. Viaje en México crónicas extranjeras. Tomo II. FCE. Sep 80/34. México, 1982.


4.- Testimonios sobre Guanajuato. Editorial La Rana. Guanajuato, 1989.


Si te interesa ver los testimonios escritos en el siglo XVIII, entra aquí:

http://elsenordelhospital.blogspot.com/2009/12/testimonios-de-viajeros-que-pasaron-por.html



No hay comentarios:

Publicar un comentario