En lo personal siempre me ha causado interés el saber más sobre los santos, sus representaciones y, sobre todo, la razón de ser, la razón de aparecer siempre en los templos. Unos fáciles de reconocer, otros no tanto, imágenes de todo tipo que me intrigan y que poco a poco vamos entendiendo mejor. Encuentro un artículo interesantísimo que bien nos da luz sobre esta interrogante que, tal vez, también tendrás tú que lees este espacio. Lo que vemos en la fotografía son los tres Niños Mártires de Tlaxcala.
En ese ambiente se educaron los evangelizadores que pasaron a América en el siglo XVI, a donde esperaban además encontrar la muerte como los primeros apóstoles. (Se refiere al oscurantismo medieval). Pero ésta era una tierra ya conquistada por los cristianos y los frailes pudieron imponer la nueva fe con el total apoyo de las armas españolas y sin poner en riesgo sus vidas. Con todo, muy pronto se elaboró una concepción que convertía a la Iglesia indígena fundada por los misioneros en un espejo del cristianismo primitivo apostólico. Dentro de esta construcción se desarrolló la narración del martirio de tres niños indígenas de Tlaxcala, dos de ellos nobles, asesinados por unos idólatras por defender la fe que acababan de recibir. Para los franciscanos, maestros de los pequeños mártires, su muerte era una muestra de los frutos conseguidos por su labor misional y un argumento que confirmaba la pretensión de que la Iglesia novohispana era un espejo fiel de la primera Iglesia apostólica, la de los tiempos de las persecuciones romanas.
Sin embargo, estos niños no podían ser venerados pues no estaban canonizados. Era pues necesario importar reliquias y promover las imágenes de los santos cristianos de los tiempos apostólicos. Por ello, desde fechas tempranas, los religiosos trajeron de Europa objetos y restos mortales de los mártires europeos para sacralizar sus templos y los propusieron para ser venerados por los fieles. En 1544 hay noticias de que los dominicos trajeron desde Alemania reliquias de las once mil vírgenes que habían sido arrojadas a las calles por los protestantes. Décadas después, en 1573, fray Alonso de la Veracruz trajo en 1573 un trozo de la cruz de Cristo y otras reliquias de san Pedro y san Pablo. Pero sin duda, quienes se distinguieron más como promotores del culto a las reliquias de mártires fueron los jesuitas. En 1577, a instancias de los miembros de su orden radicados en el nuevo mundo, fueron enviadas desde Roma numerosas reliquias para las iglesias de Nueva España. Para celebrar su llegada en 1578, los jesuitas organizaron, en la fiesta de todos los santos, una apoteósica recepción con arcos, procesiones, certámenes poéticos, pendones, juegos, danzas y con una representación teatral.
Junto a este culto a las reliquias, en los murales, portadas, altares y retablos de las iglesias se colocaron imágenes donde se exaltaba la muerte de esos personajes y con lujo de detalle se mostraba su sangre derramada entre los más crueles tormentos. Acuchillados, apedreados, asaeteados, desollados, quemados, mutilados, esos cuerpos fueron mostrados a la veneración de todos los grupos de la multiétnica sociedad novohispana. Es difícil determinar el modo como impactaron estos cultos en el ámbito indígena, pero podemos aventurar que esa enorme cantidad de representaciones asociadas con la sangre, incluidas las de Cristo, debieron constituir para los indios un rico arsenal de imágenes que los remitían a la violencia de los tiempos prehispánicos y, sobre todo, a los sacrificios ofrecidos a sus dioses. Santa Catalina de Alejandría con una cabeza a sus pies debió hablarles de los trofeos de guerra que en algunos pueblos los guerreros acostumbraban obtener como parte de su prestigio. El martirio de San Sebastián fue quizás asociado con el sacrificio por asaeteamiento que se realizaba con algunos prisioneros capturados en la guerra, además de ser iconográficamente el más cercano a la crucifixión 7. El corazón traspasado por tres flechas que simbolizaba a San Agustín debió referirlos a la ceremonia en la que se extraía esa víscera del cuerpo de los sacrificados. La muerte de San Lorenzo, pudo recordarles a las víctimas humanas ofrecidas en honor de la diosa Cihuacóatl. El martirio de San Bartolomé, a quien le fue quitada la piel, pudo recordarles al dios Xipe Totec, señor de las cosechas a quien se ofrecía un sacrificio por desollamiento, después del cual el sacerdote bailaba colocando sobre su cuerpo la piel de la víctima.
Así pues, contamos con una referencia más sobre el Santo Patrono de Salamanca, Guanajuato, San Bartolomé, el que se asociaba al Xipe Tótec de los Aztecas.
Lo que aparece en letra cursiva lo he tomado del sitio:
Référence électronique
Antonio Rubial García , « La violencia de los santos en Nueva España », Bulletin du centre d’études médiévales d’Auxerre | BUCEMA [En ligne] , Hors série n° 2 | 2008 , mis en ligne le 23 janvier 2008, Consulté le 25 février 2011. URL : http://cem.revues.org/index4092.htmlPara leerlo completo, entra aquí: http://cem.revues.org/index4092.html