Monumento a Don Vasco de Quiroga en la explanada del Templo del Hospitalito de Irapuato, Gto.
A medida que fue avanzando la conquista espiritual de los indios por los incansables misioneros, fueron erigiéndose en la Nueva España los obispados. Con la palabra fecunda del Cristianismo. Las almas se fueron capacitando para la obediencia y la sumisión a los pastores que, en nombre de Cristo y del Romano Pontífice, habían de gobernar las nuevas Iglesias, que paulatinamente irían naciendo en las tierras vírgenes de América. En 1519, se erigió la primera sede, la Carolense o de Tlaxcala. Siguió a ésta la de México en 1530, encomendada al insigne fray Juan de Zumárraga. Vino enseguida la de Antequera o Oaxaca, en 1535. Y el 6 de agosto de 1563, por la bula “Illius Fulciti Praesidio”, la Santidad de Paulo III erigió la sede de Michoacán , a la que una real cédula señaló como ciudad Episcopal la que era entonces capital del reino tarasco, Tzintzuntzan, junto a las márgenes del lago. Fue nombrado por el Rey y aprobado por el Papa, según costumbre de aquella época, uno de los doce primeros frailes venidos a estas tierras para la evangelización, Fray Luis de Fuensalida. Mas este humilde y celoso misionero, viendo en el cargo episcopal un obstáculo para seguir, con el empeño y la dedicación por él anhelados, la evangelización de los indios, rehusó tan alta dignidad.
A medida que fue avanzando la conquista espiritual de los indios por los incansables misioneros, fueron erigiéndose en la Nueva España los obispados. Con la palabra fecunda del Cristianismo. Las almas se fueron capacitando para la obediencia y la sumisión a los pastores que, en nombre de Cristo y del Romano Pontífice, habían de gobernar las nuevas Iglesias, que paulatinamente irían naciendo en las tierras vírgenes de América. En 1519, se erigió la primera sede, la Carolense o de Tlaxcala. Siguió a ésta la de México en 1530, encomendada al insigne fray Juan de Zumárraga. Vino enseguida la de Antequera o Oaxaca, en 1535. Y el 6 de agosto de 1563, por la bula “Illius Fulciti Praesidio”, la Santidad de Paulo III erigió la sede de Michoacán , a la que una real cédula señaló como ciudad Episcopal la que era entonces capital del reino tarasco, Tzintzuntzan, junto a las márgenes del lago. Fue nombrado por el Rey y aprobado por el Papa, según costumbre de aquella época, uno de los doce primeros frailes venidos a estas tierras para la evangelización, Fray Luis de Fuensalida. Mas este humilde y celoso misionero, viendo en el cargo episcopal un obstáculo para seguir, con el empeño y la dedicación por él anhelados, la evangelización de los indios, rehusó tan alta dignidad.
Mapa de la Nueva España del siglo XVI hecho por el geógrafo de Felipe II, Abraham Ortelius (1527-1598).
En lugar suyo fue nombrado el licenciado don Vasco de Quiroga. La elección fue acertada, pues el íntimo conocimiento que Don Vasco tenía de los indios de la región michoacana y el amor visceral que les profesaba, hacían de él el más capacitado, el hombre providencial, para regir los destinos de la nueva iglesia que había de fundarse en estas regiones. Tenía don Vasco poco tiempo en la Nueva España. Era su tierra natal la villa de Madrigal de las Altas Torres, de la provincia de Ávila en la península. Había nacido en el año de 1470 y sus ascendientes eran de rancias y preclaras familias de Galicia. Historiador hay que le encuentra ascendencia de reyes. Siguió la carrera de las letras y se tituló abogado. Con cargo de la real cancillería se encontraba en Valladolid el año de 1530, cuando el emperador Carlos V lo eligió para que formara parte de la Segunda Audiencia. Esta junta de gobierno encontró que la región de Michoacán se encontraba en alboroto y franca rebeldía por los desmanes cometidos por Nuño de Guzmán, desmanes que habían llegado hasta el exceso que quemar vivo en Conguripo al Rey don Francisco Caltzonci y de llevarse ocho mil indios como tamemes a la expedición del norte. Para llevar la paz y conseguir de nuevo la obediencia de los naturales fue nombrado el ilustre Oidor.
Ídolo perteneciente a la cultura Chupícuaro, cuya antigüedad va más allá de nuestra era, se calcula su presencia del siglo III al V AC. Pieza de la colección del museo de Acámbaro.
Llegó a Tzintzuntzan en 1533. Los religiosos franciscanos lo hospedaron en su convento de Santa Ana, y desde luego empezó la obra de pacificación y de convencimiento de los rebeldes tarascos. Por medio de interprete les manifestó los deseos del Rey de ampararlos y defenderlos de los malos tratos de algunos españoles, les habló de la falsedad de los ídolos que algunos aún adoraban, y de la irracionalidad de su culto, y les explicó las bellezas incomparables y la suavidad de costumbres que contiene y predica la religión de Cristo. Las palabras del Oidor impresionaron profundamente los ánimos de los indios. Volvieron a sus chozas los que andaban vagando, fueron abandonando la fe que tenían en los ídolos y poco a poco se dedicaron a entrar por el sendero de la vida cristiana, mediante el bautismo y la práctica de la doctrina evangélica. Logró don Vasco, dice su historiador y biógrafo Moreno, que juntaran “innumerables figuras de ídolos de madera, de piedra y de otras materias, y para hacerles sensible el ningún poder de ellos, en su presencia los mandó quemar y quebrantar. Se bautizaron innumerables adultos que voluntariamente habían cerrado los ojos a las luces del Evangelio, trayéndolo al mismo intento a muchos párvulos. Se entregaron enteramente y sin reserva a todo cuanto dispusiera para su policía y civilidad”
Llegó a Tzintzuntzan en 1533. Los religiosos franciscanos lo hospedaron en su convento de Santa Ana, y desde luego empezó la obra de pacificación y de convencimiento de los rebeldes tarascos. Por medio de interprete les manifestó los deseos del Rey de ampararlos y defenderlos de los malos tratos de algunos españoles, les habló de la falsedad de los ídolos que algunos aún adoraban, y de la irracionalidad de su culto, y les explicó las bellezas incomparables y la suavidad de costumbres que contiene y predica la religión de Cristo. Las palabras del Oidor impresionaron profundamente los ánimos de los indios. Volvieron a sus chozas los que andaban vagando, fueron abandonando la fe que tenían en los ídolos y poco a poco se dedicaron a entrar por el sendero de la vida cristiana, mediante el bautismo y la práctica de la doctrina evangélica. Logró don Vasco, dice su historiador y biógrafo Moreno, que juntaran “innumerables figuras de ídolos de madera, de piedra y de otras materias, y para hacerles sensible el ningún poder de ellos, en su presencia los mandó quemar y quebrantar. Se bautizaron innumerables adultos que voluntariamente habían cerrado los ojos a las luces del Evangelio, trayéndolo al mismo intento a muchos párvulos. Se entregaron enteramente y sin reserva a todo cuanto dispusiera para su policía y civilidad”
Templo del Hospital de Santa Fe en Quiroga, Mich. (Fotografía tomada de la red)
Por eso, sin negar a algún otro, entre los egregios apóstoles de Cristo que plantaron en estas tierras el reino de Dios, las cualidades y el celo para gobernar la nueva diócesis que el Papa erigía en la región de Michoacán, bien podemos decir que el más indicado para ser el primer pastor del reciente Obispado era Don Vasco. Con toda verdad hablando Zumárraga al Emperador Carlos V sobre la elección del Oidor para el episcopado, le decía: “Tengo por cierto y siento con muchos que ha sido una de las acertadas que Su Majestad ha hecho en estas partes para llevar indios al Paraíso… porque crea que en el amor visceral que este buen hombre les muestra, el cual prueba bien con las obras y beneficios que de continuo les hace y con tanto ánimo y perseverancia, nos hace ventaja los prelados de acá”. El 22 de septiembre de 1538 el Ilmo. Señor Don Vasco tomó posesión del obispado. La metrópoli fue Tzintzuntzan. Mas las malas condiciones de la ciudad hicieron pensar en cambiar la sede a Pátzcuaro. Los indios principales, entre ellos D. Antonio Vitziméngari, hijo del último rey tarasco, se opusieron a ello, alegando que “donde había sido la corte de los reyes, lo fuese de los obispos; que en su ciudad había tomado posesión de su mitra y que se esforzaría, aunque pobres, a llevar a su conclusión la catedral que había empezado a construir”.
Por eso, sin negar a algún otro, entre los egregios apóstoles de Cristo que plantaron en estas tierras el reino de Dios, las cualidades y el celo para gobernar la nueva diócesis que el Papa erigía en la región de Michoacán, bien podemos decir que el más indicado para ser el primer pastor del reciente Obispado era Don Vasco. Con toda verdad hablando Zumárraga al Emperador Carlos V sobre la elección del Oidor para el episcopado, le decía: “Tengo por cierto y siento con muchos que ha sido una de las acertadas que Su Majestad ha hecho en estas partes para llevar indios al Paraíso… porque crea que en el amor visceral que este buen hombre les muestra, el cual prueba bien con las obras y beneficios que de continuo les hace y con tanto ánimo y perseverancia, nos hace ventaja los prelados de acá”. El 22 de septiembre de 1538 el Ilmo. Señor Don Vasco tomó posesión del obispado. La metrópoli fue Tzintzuntzan. Mas las malas condiciones de la ciudad hicieron pensar en cambiar la sede a Pátzcuaro. Los indios principales, entre ellos D. Antonio Vitziméngari, hijo del último rey tarasco, se opusieron a ello, alegando que “donde había sido la corte de los reyes, lo fuese de los obispos; que en su ciudad había tomado posesión de su mitra y que se esforzaría, aunque pobres, a llevar a su conclusión la catedral que había empezado a construir”.
Escena de la evangelización y construcción de los primeros Templos Católicos, pintura del Maestro Pedro Cruz, localizada en el Santuario de Guadalupe de Acámbaro, Gto.
No valieron las razones que los indios presentaron al Obispo, ni las que los españoles que moraban en Tzintzuntzan, le opusieron. La traslación de la sede se hizo a Pátzcuaro y aun Don Vasco cambió el titular de su catedral, designando al Divino Salvador en lugar de San Francisco, que antes tenía. Una vez en Pátzcuaro, se ocupo desde luego en la construcción de un templo que le sirviera provisionalmente de catedral, ya que tenía intenciones de levantar una verdaderamente magnífica. El lugar escogido para esta obra fue el mismo que había servido para los sacrificios de los falsos dioses tarascos y “donde aun residían los principales y primeros ministros que guardaban los cúes. Pretendía con esto el celoso Obispo que la que había sido metrópoli en el tiempo de la ciega gentilidad, lo fuese en el que había sido alumbrado con la luz del santo evangelio, y que donde había sido tan servido Satanás en el desprecio de la divina Majestad, fuese el verdadero Dios adorado”. Muy digno es de tenerse en cuenta el afán del Obispo por infundir en el corazón de sus hijos la devoción a la Madre de Dios. Para conseguirlo mandó fabricar a los mismos naturales la imagen de la Madre Santísima de la Salud, la cual se venera aún en su basílica y derrama gracias de todo orden sobre los que la invocan.
No valieron las razones que los indios presentaron al Obispo, ni las que los españoles que moraban en Tzintzuntzan, le opusieron. La traslación de la sede se hizo a Pátzcuaro y aun Don Vasco cambió el titular de su catedral, designando al Divino Salvador en lugar de San Francisco, que antes tenía. Una vez en Pátzcuaro, se ocupo desde luego en la construcción de un templo que le sirviera provisionalmente de catedral, ya que tenía intenciones de levantar una verdaderamente magnífica. El lugar escogido para esta obra fue el mismo que había servido para los sacrificios de los falsos dioses tarascos y “donde aun residían los principales y primeros ministros que guardaban los cúes. Pretendía con esto el celoso Obispo que la que había sido metrópoli en el tiempo de la ciega gentilidad, lo fuese en el que había sido alumbrado con la luz del santo evangelio, y que donde había sido tan servido Satanás en el desprecio de la divina Majestad, fuese el verdadero Dios adorado”. Muy digno es de tenerse en cuenta el afán del Obispo por infundir en el corazón de sus hijos la devoción a la Madre de Dios. Para conseguirlo mandó fabricar a los mismos naturales la imagen de la Madre Santísima de la Salud, la cual se venera aún en su basílica y derrama gracias de todo orden sobre los que la invocan.
Altar mayor de Nuestra Señora de la Salud en Pátzcuaro, fotografía cortesía de Ledyweb.
Continua fue la preocupación de Don Vasco por levantar el nivel religioso y cultual de los pueblos sometidos a su cuidado. Enorme era la extensión del territorio, muchas gentes que lo poblaban. En muchas lenguas, como dice Moreno, se oía balar a las ovejas que el Padre de familia había encomendado a su vigilancia. Se hablaba el tarasco, el mexicano, el otomí, el pirinda, el pame y mazahua. Con fin de proveer a la instrucción religiosa y a la administración de los sacramentos pidió ayuda a los religiosos, franciscanos y agustinos, quienes en los pueblos de la sierra, los primeros, y en los de tierra caliente, los segundos, intensificaron el trabajo del apostolado entre los indígenas. Fue prendiendo en las almas la palabra de Dios; el reino de Cristo se fue extendiendo por todos los límites del obispado, y las aguas bautismales fueron lavando las almas de aquellos indios que supieron ver en su Obispo al Pastor que los gobernaba y apacentaba en nombre del Padre que está en los cielos. Por todas partes con el correr de los años, fueron levantándose las capillas y los grandes templos, las casas de oración y los maravillosos conventos. Poco a poco fueron apareciendo también las parroquias: Indaparapeo con Charo, Puruándiro, Chucándiro, Copándaro, Huango, Huaniqueo, Santa Clara del Cobre, Zamora, Zitácuaro, Pénjamo con Cuitzeo, Yuriria, Salamanca, Irapuato, Silao, Pueblo Nuevo, Guanajuato, San Miguel, Dolores, el Valle de Santiago… Y junto a las parroquias, las escuelas parroquiales para que al mismo tiempo que se aprendían las verdades divinas fueran aprendiéndose la lectura y la escritura y toda suerte de conocimientos de las cosas humanas. Ya en Pátzcuaro había fundado Don Vasco el primer Seminario de América y lo había puesto bajo el amparo de San Nicolás Obispo, para que se educaran en él los sacerdotes que habían de servir en las parroquias “por la gran falta de ministros de los santos sacramentos y culto divino que aquí en todo nuestro obispado de Mechuacán a habido e ay”. Fundó también en la misma ciudad un gran colegio para doncellas españolas e indias, en donde se les daba instrucción cristiana a la par que toda clase de enseñanzas adecuadas a su clase y sexo.
Continua fue la preocupación de Don Vasco por levantar el nivel religioso y cultual de los pueblos sometidos a su cuidado. Enorme era la extensión del territorio, muchas gentes que lo poblaban. En muchas lenguas, como dice Moreno, se oía balar a las ovejas que el Padre de familia había encomendado a su vigilancia. Se hablaba el tarasco, el mexicano, el otomí, el pirinda, el pame y mazahua. Con fin de proveer a la instrucción religiosa y a la administración de los sacramentos pidió ayuda a los religiosos, franciscanos y agustinos, quienes en los pueblos de la sierra, los primeros, y en los de tierra caliente, los segundos, intensificaron el trabajo del apostolado entre los indígenas. Fue prendiendo en las almas la palabra de Dios; el reino de Cristo se fue extendiendo por todos los límites del obispado, y las aguas bautismales fueron lavando las almas de aquellos indios que supieron ver en su Obispo al Pastor que los gobernaba y apacentaba en nombre del Padre que está en los cielos. Por todas partes con el correr de los años, fueron levantándose las capillas y los grandes templos, las casas de oración y los maravillosos conventos. Poco a poco fueron apareciendo también las parroquias: Indaparapeo con Charo, Puruándiro, Chucándiro, Copándaro, Huango, Huaniqueo, Santa Clara del Cobre, Zamora, Zitácuaro, Pénjamo con Cuitzeo, Yuriria, Salamanca, Irapuato, Silao, Pueblo Nuevo, Guanajuato, San Miguel, Dolores, el Valle de Santiago… Y junto a las parroquias, las escuelas parroquiales para que al mismo tiempo que se aprendían las verdades divinas fueran aprendiéndose la lectura y la escritura y toda suerte de conocimientos de las cosas humanas. Ya en Pátzcuaro había fundado Don Vasco el primer Seminario de América y lo había puesto bajo el amparo de San Nicolás Obispo, para que se educaran en él los sacerdotes que habían de servir en las parroquias “por la gran falta de ministros de los santos sacramentos y culto divino que aquí en todo nuestro obispado de Mechuacán a habido e ay”. Fundó también en la misma ciudad un gran colegio para doncellas españolas e indias, en donde se les daba instrucción cristiana a la par que toda clase de enseñanzas adecuadas a su clase y sexo.
Detalle del pasillo superior del Convento de San Agustín en Yuriria, Gto.
En la historia religiosa de la Provincia de la Compañía de Jesús de México se dice que “una obra de grande utilidad para esta nación (el pueblo tarasco), que el santo prelado introdujo, fue que en cada pueblo de ella todos los vecinos aprendiesen un particular oficio, y para esto hizo traer oficiales primos que lo enseñasen, con que salieron muy diestros los tarascos en todas materias”. Y así, en Capula se dedicaron a pieles, en Patamban y Tzintzuntzan a forjar utensilios de barro, en San Felipe de los Herreros a trabajar el fierro, en Nurío a tejer la lana… Con esto dividió el trabajo entre los pueblos, facilitó el intercambio de productos e hizo más llevadera la vida. En varias partes fundó Don Vasco los hospitales “para sustentación y doctrina, así espiritual como moral exterior y buena policía de indios pobres y miserables personas, pupilos, viudas, huérfanos y mestizos…” “Sus bienes –tierras, estancias, granjerías, ganados, molinos, batanes y telares- producirían sus frutos por el trabajo de todos y serían para beneficio de todos, pero se repartirían, no en partes iguales, sino proporcionales a las necesidades de cada uno y de su familia, de manera que ninguno padeciese necesidad”. En varias partes estableció estos centros de protección para los indios: en Santa Fe de la Laguna, en Santa Fe del Río, en Pátzcuaro, en Guanajuato, en Irapuato, en Salamanca. Muy grande y muy hondo era el bien que los hospitales hacían en la raza indígena. Los mismos escritores liberales alababan la obra del Obispo civilizador. Sabias y prudentes fueron las ordenanzas que dio el Obispo para el gobierno de su diócesis. Dos veces, según es tradición, la recorrió de una parte a otra evangelizándola y en todas las regiones fue dejando la luz de su palabra, el calor de su paternal afecto y la enseñanza viva de sus ejemplos. Todavía los indios lo veneran y lo llaman con el cariñoso nombre de Tata Vasco.
En la historia religiosa de la Provincia de la Compañía de Jesús de México se dice que “una obra de grande utilidad para esta nación (el pueblo tarasco), que el santo prelado introdujo, fue que en cada pueblo de ella todos los vecinos aprendiesen un particular oficio, y para esto hizo traer oficiales primos que lo enseñasen, con que salieron muy diestros los tarascos en todas materias”. Y así, en Capula se dedicaron a pieles, en Patamban y Tzintzuntzan a forjar utensilios de barro, en San Felipe de los Herreros a trabajar el fierro, en Nurío a tejer la lana… Con esto dividió el trabajo entre los pueblos, facilitó el intercambio de productos e hizo más llevadera la vida. En varias partes fundó Don Vasco los hospitales “para sustentación y doctrina, así espiritual como moral exterior y buena policía de indios pobres y miserables personas, pupilos, viudas, huérfanos y mestizos…” “Sus bienes –tierras, estancias, granjerías, ganados, molinos, batanes y telares- producirían sus frutos por el trabajo de todos y serían para beneficio de todos, pero se repartirían, no en partes iguales, sino proporcionales a las necesidades de cada uno y de su familia, de manera que ninguno padeciese necesidad”. En varias partes estableció estos centros de protección para los indios: en Santa Fe de la Laguna, en Santa Fe del Río, en Pátzcuaro, en Guanajuato, en Irapuato, en Salamanca. Muy grande y muy hondo era el bien que los hospitales hacían en la raza indígena. Los mismos escritores liberales alababan la obra del Obispo civilizador. Sabias y prudentes fueron las ordenanzas que dio el Obispo para el gobierno de su diócesis. Dos veces, según es tradición, la recorrió de una parte a otra evangelizándola y en todas las regiones fue dejando la luz de su palabra, el calor de su paternal afecto y la enseñanza viva de sus ejemplos. Todavía los indios lo veneran y lo llaman con el cariñoso nombre de Tata Vasco.
Pintura en el Templo de Nuestra Señora de la Luz en Salvatierra, Gto, en un principio se le llamaba Nuestra Señora del Valle en su humilde capilla de Guatzindeo, hacia 1808 la imagen es trasladada a Salvatierra.
Al morir en Uruapan, el 14 de marzo de 1565, a los noventa y cinco años de edad, dejaba el egregio pastor una diócesis de un territorio vastísimo. Comprendía lo que hoy son los estados de Michoacán, de Colima y de casi todo el de Guanajuato, con excepción de los distritos de Casas Viejas (Iturbide) y de Xichú (Victoria), que pertenecían al Obispado de México; comprendía, además, dos cantones del Estado de Jalisco, a saber: Zapotlán y la Barca; tres distritos del Estado de Guerrero, que son lo que actualmente se llaman Galeana, La Unión y Mina, y casi todo lo que hoy es San Luis Potosí. En un principio, todos los obispados de Nueva España reconocieron como Metropolitana a la Sede de Sevilla; mas cuando Paulo III en 1546 elevó a la Diócesis de México a categoría de Arzobispado, Michoacán la reconoció como metrópoli, y en esta subordinación estuvo hasta el 19 de marzo de 1863 el Papa Pío IX elevó a la dignidad arzobispal la sede de Don Vasco. Se le señalaron como diócesis sufragáneas la de San Luis Potosí, la de León, la de Zamora y la de Querétaro. Las tres primeras habían sido formadas del territorio de la diócesis michoacana; la de Querétaro, del territorio de la diócesis de México. El Papa Pío IX erigió estos Obispados. El de San Luis Potosí, el 19 de septiembre de 1854; los de Querétaro, León y Zamora, el 26 de enero de 1863. El primer Obispo de San Luis fue el Ilmo. Sr. Don Pedro Barajas Moreno; el de Querétaro, el Ilmo. Sr. Don Bernardo Gárate López Arizmendi; el de León, el Ilmo. Sr. Don José María Diez de Sollano y Dávalos, y el de Zamora, el Ilmo. Sr. Don Antonio de la Peña Navarro. Todavía en la nueva división de las diócesis mexicanas que hizo el Papa león XIII, en junio de 1891, la de Michoacán alcanzó alguna modificación, pues el obispado de San Luis Potosí pasó a ser sufragáneo de Linares. Por último, el Papa Pío X, en su bula “Hodierni Sacrorum Antistites”, del 26 de juio de 1913, erigió la diócesis de Tacámbaro. Ejecutó la bula papal el Excmo. SR. Don Leopoldo Ruíz y Flores, el 20 de junio de 1920. El primer Obispo de la nueva diócesis fue el Excmo. Sr. Don Leopoldo Larra y Torres. En el año de 1924, la Santa Sede dispuso que en adelante el Arzobispado de Michoacán se denominara Arzobispado de Morelia.
Desde su fundación, en 1563 hasta el presente, el Obispado de Michoacán, hoy Arzobispado de Morelia, y la segunda sede metropolitana del país, ha tenido pastores eminentes por su sabiduría y virtud. Muchos de ellos fueron obispos verdaderamente ejemplares e insignes repúblicos.
Al morir en Uruapan, el 14 de marzo de 1565, a los noventa y cinco años de edad, dejaba el egregio pastor una diócesis de un territorio vastísimo. Comprendía lo que hoy son los estados de Michoacán, de Colima y de casi todo el de Guanajuato, con excepción de los distritos de Casas Viejas (Iturbide) y de Xichú (Victoria), que pertenecían al Obispado de México; comprendía, además, dos cantones del Estado de Jalisco, a saber: Zapotlán y la Barca; tres distritos del Estado de Guerrero, que son lo que actualmente se llaman Galeana, La Unión y Mina, y casi todo lo que hoy es San Luis Potosí. En un principio, todos los obispados de Nueva España reconocieron como Metropolitana a la Sede de Sevilla; mas cuando Paulo III en 1546 elevó a la Diócesis de México a categoría de Arzobispado, Michoacán la reconoció como metrópoli, y en esta subordinación estuvo hasta el 19 de marzo de 1863 el Papa Pío IX elevó a la dignidad arzobispal la sede de Don Vasco. Se le señalaron como diócesis sufragáneas la de San Luis Potosí, la de León, la de Zamora y la de Querétaro. Las tres primeras habían sido formadas del territorio de la diócesis michoacana; la de Querétaro, del territorio de la diócesis de México. El Papa Pío IX erigió estos Obispados. El de San Luis Potosí, el 19 de septiembre de 1854; los de Querétaro, León y Zamora, el 26 de enero de 1863. El primer Obispo de San Luis fue el Ilmo. Sr. Don Pedro Barajas Moreno; el de Querétaro, el Ilmo. Sr. Don Bernardo Gárate López Arizmendi; el de León, el Ilmo. Sr. Don José María Diez de Sollano y Dávalos, y el de Zamora, el Ilmo. Sr. Don Antonio de la Peña Navarro. Todavía en la nueva división de las diócesis mexicanas que hizo el Papa león XIII, en junio de 1891, la de Michoacán alcanzó alguna modificación, pues el obispado de San Luis Potosí pasó a ser sufragáneo de Linares. Por último, el Papa Pío X, en su bula “Hodierni Sacrorum Antistites”, del 26 de juio de 1913, erigió la diócesis de Tacámbaro. Ejecutó la bula papal el Excmo. SR. Don Leopoldo Ruíz y Flores, el 20 de junio de 1920. El primer Obispo de la nueva diócesis fue el Excmo. Sr. Don Leopoldo Larra y Torres. En el año de 1924, la Santa Sede dispuso que en adelante el Arzobispado de Michoacán se denominara Arzobispado de Morelia.
Desde su fundación, en 1563 hasta el presente, el Obispado de Michoacán, hoy Arzobispado de Morelia, y la segunda sede metropolitana del país, ha tenido pastores eminentes por su sabiduría y virtud. Muchos de ellos fueron obispos verdaderamente ejemplares e insignes repúblicos.
Altar mayor del Templo de El Señor del Hospital en el año de su Jubileo.
Lo anterior es la transcripción de un extraordinario libro que me fue prestado de la biblioteca del Dr. Don Antonio Roa y Sierra (qepd) por su muy querida esposa Doña María del Carmen González de Cossío, titulado Álbum Jubilar, Editado en Morelia, Mich. En 1949 en los Talleres Fimax Publicistas. La monografía “La Antigua Arquidiócesis y las Diócesis Sufragáneas” fue escrita por el Pbro. Ramón López Lara. NIHIL OBSTAT
Lo anterior es la transcripción de un extraordinario libro que me fue prestado de la biblioteca del Dr. Don Antonio Roa y Sierra (qepd) por su muy querida esposa Doña María del Carmen González de Cossío, titulado Álbum Jubilar, Editado en Morelia, Mich. En 1949 en los Talleres Fimax Publicistas. La monografía “La Antigua Arquidiócesis y las Diócesis Sufragáneas” fue escrita por el Pbro. Ramón López Lara. NIHIL OBSTAT