En dos artículos anteriores hemos visto algunos personajes que tienen el título de Conquistadores por haber llegado entre 1519 y 1521 y, como participaron justamente en esa conquista que hubo de lo que hoy conocemos por México, obtuvieron una serie de prebendas que les confirmaban eso de "hacer la América". El caso que hoy veremos es sumamente particular pues, como es de esperarse, no todos los que vinieron entonces a la Conquista eran eso, gente que peleaba, que usaba la espada o el mosquete, y que vivieron episodios sumamente complicados. También hubo los infaltables advenedizos, escurridizos, abusivos que aprovechaban el momento, uno de ellos era conocido con el nombre de Maese de Roa y, entre las muchas tierras que recibió, se encontraban unas que estaban al norte de Salamanca e Irapuato y sur del municipio de Guanajuato, creo que también por los rumbos de Silao las tuvo, eso por el valle de Chichimecas pues le fueron otorgadas muchas mercedes, desconozco la ubicación de ellas. Nos apoyamos en la magistral pluma del maestro Luis González Obregón que a su vez se apoya en una pluma grande, la de Bernal Díaz del Castillo.
“El supradicho ameno relato, del ingenuo y pintoresco cornista Bernal Díaz del Castillo, lo voy a reproducir poco más o menos, con sus propias palabras y frases, pidiendo a los lectores su previo consentimiento, que con las dichas palabras y frases ganará más la narración en colorido y verdad. En la recién conquistada y reedificada ciudad de México, -Temixtlán-, vivió algunos años andados, un hombre ladino, meloso y viejo, que tenía en el pescuezo un lobanillo grande y asqueroso, del cual no había podrido curarse, como no sanó tampoco a otros, que desde los más pobres hasta los más ricos habían acudido a su arte de curar sin aliviar, arte que le había dado tan injusta fama, a pesar de todo. El tal viejo llamábase a sí mismo Maese Roa, pero adrede le decían Maese de Rodas, aludiendo a que Hernán Cortés le había traído de Castilla con esperanza de que le curase el brazo derecho que tenía quebrado, a resultas de una caída de caballo que sufrió durante la homérica pero infructuosa expedición a la provincia de Honduras, en donde, como es sabido se reveló uno de sus capitanes más famosos, Cristóbal de Olid.
Lo de apellidarse Rodas en vez de Roa, fue juego de palabras, originado de que en las fiestas celebradas en México el año de 1538, entre otras representaciones teatrales o farsas, se puso en pública escena una llamada La toma de Rodas y en ella Hernán Cortés salió disfrazado de Maestre de Rodas y como éste había venir de España al viejo del lobanillo, le designaban con el mismo apodo que se le había quedado al conquistador.
Hernán Cortés, por la curación del brazo había pagado al Mese Rodas muy bien, pues entre otras cosas le dio en encomienda muy buenos pueblos de indios, con gran disgusto y grita de muchos conquistadores, que le habían servido con más fruto que el médico o curandero. Este, parece que no solo dragoneaba, como se dice ahora, de perito en medicina, sino que también era hombre de letras, porque fue uno de los cronistas que escribieron a Castilla la relación de los festejos mencionados; y una vez allá, como tenía “buena plática”, aprovechó aquella coyuntura para entablar conocimiento y estrechar relaciones con la señora Doña María de Mendoza, mujer del Comendador mayor Francisco de los Cobos el cual gozaba de mucho valimiento en la corte el cual por ser secretario de su majestad. La doña María de Mendoza, en íntima confidencia aseguró al Maese Rodas, ser muy desgraciada e infeliz por no haber dado sucesión a su esposo el Comendador: pero el Mases Rodas, a la vez le aseguró que perdiese cuidado, que él haría medicamentos que remediasen el achaque de esterilidad de que adolecía la distinguida dama; y ésta lo creyó y, manifestó al Maese Rodas, que si ella hubiese descendencia con el medicamento que le iba a propinar, le daría dos mil ducados y le favorecería en el Real Consejo de Indias a fin de que hubiese otros pueblos de indios como los que le había encomendado el Cortés, y quizá más feraces y con más tributarios.
Hízose también en la corte, de relaciones el Mese de Rodas –quizá por recomendación e influencia de la propia dama- con el cardenal de Sigüenza, presidente del susodicho Consejo de Indias; y como el cardenal estaba gotoso, ansí mismo le prometió que lo curaría de la gota; y luego, alentados con las promesas y con la esperanza de sanar, le proveyeron por mandato del cardenal y por favor de la señora doña María de Mendoza “muy buenas encomiendas e indios”, mejores que las que tenía y le diera el conquistador de México”. Pero el resultado fue tan fructífero y bonancible para el curandero, fue nulo y sin beneficio para los engañados enfermos, porque asegura Bernal Díaz, ni Cortés sanó del brazo, antes se le quedó más manco; ni la señora doña María de Mendoza parió o “por más letuarios calientes de zarzaparrilla que la mandó comer” ni el cardenal de Sigüenza se alivió de su gota. Reía sin duda el maese, al verse tan rico con sus engaños de curar; y los verdaderos conquistadores dela Nueva España se dolían de no tener encomiendas tan buenas como él asegurando que más valía ser llamado “Maese de Rodas”, “se plático” y llevar un poco de zarzaparrilla a la Corte que cuantos servicios hicieran ellos en la conquista a su capitán Cortés y a su majestad el Rey de España e Indias.
Todavía años después los aventureros advenedizos imperaban por todas partes con harto disgusto de los conquistadores, y por eso un descendiente de uno de ellos, que no pocos trabajos habían padecido en expediciones y descubrimientos, exclamaba: “¡ho, indias! ¡ho, conquistadores llenos de “trabajos en aquella simplicidad de aquellos dichosos tiempos donde no sacaste más que un nombre excelente y una fama eterna, y en tiempos que mayores servicios y mejores sucesos erades despojados de vuestras propias haciendas y de los frutos de vuestros servicios y hazañas, dando los que gobernaban en los primeros años, vuestros sudores a gente advenediza y que no mereció nada en la conquista; ahora ya es llegada la sazón donde luce más el engaño, la mentira, la ociosidad y el perjuicio del prójimo, con que vendiendo vino, o especias, o sinabafas o fierro viejo, se hacen grandes mayorazgos e hinchen extenuando con milagros fingidos, sin ser agradecidos a Dios ni a los que les crecieron en su desnudez del polvo de la tierra, para allegarlos a tan poderosos”. (1)
Fuente:
1.- González Obregón, Luis. Croniquillas de la Nueva España. Editorial Botas. México, 2005.p. 21-24
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