jueves, 9 de septiembre de 2010

Desconocidos personajes, habitantes de Salamanca, asesinados durante la guerra de Independencia.

Estamos a escasos días de conmemorar un aniversario más del inicio de la lucha por la Independencia, esta vez será el número doscientos, es decir, el Bicentenario. Ya comienza a inundarse la prensa escrita, la televisión y los sitios electrónicos con más información de lo que fue esta gesta histórica solo que, en todos esos medios difícilmente llegaremos a conocer detalles de ciertas cosas que nos dan una mejor idea de las verdaderas circunstancias, del auténtico día a día y no solo repetir lo que sabemos de la historia oficial.


Hace poco, queriendo saber precisamente eso, los detalles de hechos que tienen algo que ver con Salamanca, encuentro esto que nos aproxima mucho más a la realidad. Sabemos que el 28 de septiembre de 1810 fue la toma de Granaditas y que el Pípla fue uno de los grandes héroes. Pero no se ha difundido tanto lo que sucedió después de que se quemara la puerta de la Alhóndiga y que entraran los Insurgentes, mejor dicho la plebe, como se le llamaba en ese entonces a las muchedumbres de gente del nivel social menos favorecido; vino luego la rapiña, el saqueo y la matazón, fueron muchos los españoles sacrificados. Guanajuato se volvió el primer asentamiento Insurgente, a los pocos días, 10 de octubre, Hidalgo y los demás personajes que encabezaban el ejercito Insurgente salieron de allí rumbo a Valladolid, dejando la ciudad gobernada por un nuevo Intendente, nombrado precisamente por Hidalgo.


El temor azolaba no solo a la ciudad de Guanajuato sino a toda la intendencia y a todo el Bajío. El temor era el de morir, sea por uno o por el otro bando. Los asaltos a tiendas y casas en las poblaciones y a las haciendas y sus graneros se vinieron dando a lo largo de la ruta seguida por los Insurgentes, el terror era la orden del día en la zona.


Dos meses después, luego del triunfo en el Monte de las Cruces y la derrota en Aculco; aunado a esto el distanciamiento entre Hidalgo, que siguió hacia Valladolid y de Allende junto con los otros cuatro principales dirigentes del movimiento independentista, Jiménez, Aldama, Abasolo y Arias, ellos, los comandados por Allende deciden acuartelarse en Guanajuato. El terror seguía reinando en la zona.


Fue entonces, que se detuvieron a todos y cada uno de los españoles que habitaban en la región, y Granaditas fungió como cárcel. Era mediados de noviembre, y, luego de una semana, se consumarían, una vez más, hechos, por demás sangrientos en Guanajuato:


“Si en la materia de que se acaba de hablar se encuentran variedades, no sucede lo mismo acerca de otros hechos horrorosos que fueron bastante sabidos, y cuyo principio fue, el que un platero llamado Lino, originario del pueblo de Dolores, sabiendo que se había perdido la acción, salió como a las tres de la tarde del mismo sábado 24 a buscar y juntar toda la plebe que encontraba diciéndole, que en el día siguiente entraría Calleja, mandando pasar a cuchillo a todos los habitantes del lugar, para lo cual lo excitarían con el mayor empeño, y cooperarían los gachupines que habían quedado presos como tan resentidos y deseosos de vengarse.


Por lo que era de necesidad matarlos, con lo que se lograría la ventaja de que hubiera esos enemigos menos: y en seguida se dirigió a la Alhóndiga de Grananditas con la porción de pueblo que había reunido, pero se encontró con la guardia que custodiaba a los presos, y que la formaba una compañía del Regimiento de Infantería que se había levantado recientemente, y cuya compañía estaba en esa fecha al mando del Capitán D. Mariano Covarrubias; más enfurecida y resuelta la reunión del pueblo que se había acercado al edificio referido, se precipitó a la puerta echándose sobre la guardia: y aunque D. Mariano Liceaga (hermano del que pocos días antes había salido en comisión) procuró auxiliar la defensa, hiriendo con la espada a varios de los amotinados, pero pasándose a estos una parte de la misma guardia, en vez de lograrse ventaja alguna, estuvo en peligro la vida del que había procurado auxiliarla, porque lo derribaron en el suelo de una pedrada. A poco tiempo llegaron D. Pedro Otero, el Sargento Francisco Tovar, y el Cura D. Juan de Dios Gutiérrez con algunos Eclesiásticos; pero no habiendo quedado fuerza bastante para hacer resistencia, ya no era posible contener el desorden e impedir la entrada.


Conseguida esta por los amotinados, se arrojaron enfurecidos tumultuariamente a la matanza, degollando a la mayor parte de los que por disposición de Hidalgo se pusieron en aquél lugar para que estuviesen custodiados y asegurados, y que según se tiene dicho, eran doscientos cuarenta y siete. En cuanto al número de los que perecieron hubo después unas diferencias originadas del informe relativo a los cadáveres que se encontraron. En la averiguación o información, que por orden de Calleja mandó hacer el Intendente Marañón, se asienta, “que fueron ciento treinta y ocho, entre los cuales se comprendían los cincuenta y cinco que se hallaban en la lista que acompañó”.


Indudablemente habrían perecido todos los presos; pero los que estaban en alguna bodega o cuarto, en que se encontraba mesa o banco, se encerraron y atrancaron; de manera que no siendo fácil a la plebe derribar la puerta, inmediatamente aprovechaban los encerrados la primera oportunidad que se les presentaba para salir y ocultarse en algún convento o casa particular: y no sabiéndose con toda certeza quienes y cuantos eran los muertos, se hace mención de los más notables y conocidos que se supo que fueron los siguientes.


D. Manuel Pérez Valdéz, Teniente Letrado y Asesor ordinario de la Intendencia, D. Vicente Barros de Alentarte, Teniente Coronel del Regimiento de la Reina, el Mayor del mismo cuerpo D. Francisco Camuñez, D. Francisco Rodríguez, anciano y ciego, traído de Pénjamo, D. Pablo y D. Antonio María de la Rosa, del país, D. José Antonio Apesteguía, D. Vicente Aguirre, que cargado en los palos con que se atrancaba la puerta, la agujeró, y por el agujero introdujo una lanza, con la que lo hirió y derribó, D. Ramón Argons, que aunque logró salir del propio cuarto, lo encontró y asesinó la plebe, y quedó tirado en la calle, D. Agustín Cañas, Administrador de Alcabalas en Salamanca al que acompañaban allí su esposa, su hija y el yerno: y aunque solo la hija quedó con vida, pero desnuda y herida tan gravemente, que duró mucho tiempo su curación en la casa a la que la llevaron.

A todos los cadáveres dejaron enteramente desnudos, y tirados en el suelo, saqueados los tercios, que con efectos estaban depositados en aquel edificio, del que se veían salir a los pelotones de plebe con las lanzas y puñales escurriendo la sangre, y con los colchones y toda la ropa, que sacaban muy ensangrentada”. (1)


Hechos reales, que distan mucho de lo que se nos ha venido contando en la historia oficial, en esa “historia dorada” de héroes y caudillos, la verdad es más cruda, es más cruel, efectivamente, pero esos fueron los hechos, según los relata un testigo que estaba allí, en Guanajuato cuando él contaba con apenas 25 años.

Fuente:

Liceaga, José María. Rectificaciones a la Historia de México. Comisión para la Celebración del 175 Aniverario de la Independencia. México, 1985.

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