"Faltaban pocos días para la Navidad y se quiso que antes de dispersarnos, profesores y alumnos, en las vacaciones de este tiempo, pudiésemos reunirnos para una de las celebraciones tradicionales entonando esos cánticos, a la vez populares y religiosos, que son los Chrsitmas Carols.
El lugar de reunión, como de costumbre, fue la terraza y la gran explanada al frente de Old Main. Allí se puso un gran árbol de Navidad, lleno de luces de colores y a un lado se colgó una pantalla de proyecciones. A las primeras horas de la noche nos reunimos en buen número. Muchachos de caras infantiles y de dos metros de estatura, chicas de narcicillas respingadas con la cabezas envueltas en pañoletas de colores, colegas de cabellos grises, todos con siluetas gruesas por los abrigos, enfundados, en lana de la cabeza a los pies, haciendo crujir el hielo bajo las botas y sintiendo en la nariz el picorcillo del polvo de la nieve que se desprendía de las ramas escarchadas
El pequeño orfeón de la Escuela de Música era el núcleo y guía que los demás seguíamos a coro. La letra del cántico, proyectada sobre la pantalla, servía más bien para indicar el texto elegido, que casi todos cantaban sin tropiezo alguno, como cosa que se sabe desde la infancia. Era una hermosa reunión emotiva y emocionada. Se cantaba el nacimiento de Cristo, de los ángeles y de los pastores. Cantos apacibles, de sencillas y suaves melodías, lentos y llenos de ternura. Todos cantaban con la emoción de un sentimiento hondo y sincero, unido de seguro a muchos recuerdos, de infancia y de hogar y bondad y de cariño como los versos y las notas que temblaban un poco en las voces y en el aire helado. Todo era muy sincero, muy hondo y muy bello.
Para mí, aquello resultaba tierno y melancólico, en cierto modo triste...¡!eran tan diferente de nuestras Nochebuenas, de las mías, de las de mi niñez y de mi casa, tan lejana y distinta! Todo acentuaba el contraste con lo mío: el sitio, el clima, las gentes, la música, el idioma. Fluía el canto, lento y dulce:
Silent night, holly night
All is calm, all is bright...
Silent night... Así la sentían ellos; así era, así debió ser, para esas almas nórdicas, la noche en que nació Jesucristo. en cambio nosotros, los latinos, ruidosos y alborotadores... Yo recordaba los villancicos entonados hace muchos años, en la sala de mi casa, acompañados con el gorjeo de los pitos de agua y el tamborileo de los panderos, cantados a voz en cuello, en la forma más meridional, y española del alboroto:
Suenen las panderetas,
ruido y más ruido,
porque las profecías
ya se han cumplido.
¡Sí!? ¡sí!
ya se han cumplido...
Así es; cuando ellos, allá, cantan "silent night" nosotros pedimos "ruido y más ruido"... ¿No es esto muy revelador en su diametral contraste? Difícil, casi imposible la plena concordancia, en su sentido más estricto: unión, conjunción, fusión de los corazones, es decir de los sentimientos. Aun los conceptos, las ideas, suenan en esacalas diferentes. Pero, con todo, qué bella y dulce y tierna poesía en esos suaves cantos entonados así, en la comunión de almas sinceras y espontáneas, con la emoción de una íntima raíz cristiana, bajo los árboles en que brillan las estalactitas del hielo, y en el aire con polvillo de nieve vibran las palabras hondas, emocionadas, saludando la llegada del Niño que es Amor, Salvación y Paz". (1)
Esto que acabamos de leer es uno de los relatos que don José Rojas Garcidueñas solía envíar en la Navidad a sus amigos, un grupo reducido, por cierto; eran sus famosos libritos de Ediciones de La Paloma que, luego de su muerte y en merecido recordatorio, la Academia Mexicana, a la que pertenecía, decidió editar a manera de homenaje post mortem. Este que me permití transcribir es el que más acorde con la fecha que hoy celebramos encontré. Fue escrito en 1950.
Fuente:
Rojas Garcidueñas, José. El erudito y el jardín. Anécdotas, cuentos y relatos. Academia Mexicana. México, 1983.
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