Hay una liga, en lo artístico que nos va uniendo a Salamanca con Zacatecas. Eso lo hemos visto ya, y a profundidad, con la obra del maestro Candelario Rivas, zacatecano de nacimiento; que nos legó en sus magníficos lienzos que decoran monumentalmente las paredes del Señor del Hospital, el producto de esos años que pasó viviendo en Salamanca. Ahora estamos viendo en sentido contrario, por así decirlo, un salmantino que decide migrar a Zacatecas y dejar allá un patrimonio musical que nos transporta a la plácida vida de los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX. Para entender mejor su historia nos apoyaremos en varios autores que han tenido a bien, averiguar sobre la destacada vida de Luis y Teófilo Arajuo.
En el barrio de Nativitas existe una calle con el nombre de Luis Arauno, misma que al cruzar Juárez cambia de nombre a Teófilo Araujo, en ellas solo queda esta placa.
"Vamos a hacer un recuento de la cultura artística en Salamanca a finales del siglo XIX. Nos referimos en especial a la cultura musical. En aquellos tiempos en que no se conocía áun el fonógrafo y muchos menos la radio y la televisión, ni el cinematógrafo, en las familias sobraba el tiempo.
Entonces, los padres de familia procuraban que sus hijos no perdieran el tiempo y se preocupaban porque éstos aprendieran el arte musical y tomaran clases de piano, violín, guitarra, u otros instrumentos musicales. Hubo verdaderos maestros de música que impartian sus conocimientos entre las principales familias del pueblo. Recordaremos entre ellos a tres que sobresalieron en la enseñanza de este arte.
Mencionaremos en primer lugar a don Tomás Moreno, un español que formó su familia en Salamanca y que creó gran amistad entre la sociedad salmantina. Éste maestro daba clases de piano y de violín, e inculcó, primero en sus hijos y luego entre sus alumnos, una grande afición por la música.
Llegó después otro español, don Lorenzo Argimbau, que era un verdadero maestro de la enseñanza de piano, y que se dedicó a perfeccionar los conocimientos de los alumnos de don Tomás Moreno y del ilustre compositor salmantino , don Luis G. Araujo que también daba clases de piano y que fue maestro de mi madre y de mi tía Soledad de quien aprendieron las primeras lecciones y que luego se perfeccionaron con el maestro Argimbau.
Este es el obelisco de los 7 salmantinos distinguidos, uno de ellos, dedicado a la memoria de don Luis G. Araujo.
Estos tres maestros se hicieron grandes amigos y tuvieron la idea de formar grupos artísticos principalmente entre sus alumnos, para presentar algunas de las zarzuelas entonces conocidas; enre las que recuerdo el nombre de ""Las Nueve de la Noche" y "El Loco de la Buhardilla". Pusieron también las arias de ls principales óperas y otras composiciones musicales.
Con sus conocimientos y empeño lograron formar verdaderos artistas aficionados, que deleitaron a la sociedad de esos tiempos. Entre esos aficionados mencionaremos a las familias Moreno, Prtida, Garcidueñas, Ugalde, Celedón y otras más. Pero no sólo se procuró crear estos grupos de aficionados, sino que se puso un verdadero empeño en traer grandes compañías artístics, logrando que en Salamanca se conociera y escuchara entre esos artistas a la gran soprano Angela Peralta, y a otra que era entonces una pequeña niña, esperanza Iris, que venía en el elenco de lo que se llamó Compañía Musical Infantil". (1)
En la Explanada Hidalgo vemos, luego del busto del Padre de la Patria, los siete obeliscos de los salmantinos distinguidos. Hay uno que no debería estar allí: Bartolomé Sánchez Torrado.
"Don Teófilo Araujo supongo que debe haber vivido y cultivado la música, en Salamanca, a mediados del siglo XIX, probablemente perteneció a la generación dentre 1820 y 1857 aproximadamente. No encuentro mención de él en los años ochentas, probablemente ya había muerto; de él conozco solamente una composición que en la copia en mi poder dice "La Trenza de tus Cabellos, Vals para pinao de Teófilo Araujo", sin ninguna indicaión de fecha.
El otro músico salmantino, don Luis G. Araujo creo que fue hijo de don Teófilo. Don Luis vivió en la segunda mitad del siglo XIX en Salamanca y murió en la segunda década del sigo XX, en la ciudad de Aguascalientes. Luis G. Araujo vivió hasta su plena madurez en Salamanca y en el Anuario de 1886 lo mencionan como profesor de piano en Salamanca; parece que salió de allí hacia el año de 1900 y se trasladó a Zacatecas; al dejar su tierra natal escribió rápidamente, se dice, su pieza de piano Recuerdo a Salamanca. El historiador de la música, Dr. Jesús Romero, en uno de sus eruditos estudios registra estas referencais de nuestro coterráneo: "el 5 de mayo de 1903, en una actuación musical en Zacatecas, figuró una Marcha militar de Luis G. Araujo, radicado desde entonces en Guadalupe, y que es autor de Recuerdos a Salamanca, Canto del Cisne, Marcha Reservista, vals Panchita, la Marcha Fúnebre a los Mártires de la Ciencia, todas ellas muy populares en el Estado, le dedicó al Ing. Francisco de P. Zárate, Gobernador Constitucional, la Marcha Zárate, que estrenó la Banda del Estado". (2)
Carátula de las notas musicales de Recuerdos a Salamanca de la Casa Warner y Levien.
"Personalmente, mi primer contacto con la música de Araujo ocurrió en 1904, durante una conferencia que impartió la doctora Alicia Bazarte sobre la devastadora epidemia del tifo acaeciada entre 1891 y 1893. Una gran sequía había asolado por esos años el territorio zacatecano, causando gran mortandad en la ganadería y una acentuada migración de campesinos hacia la capital del estado. A pesar de las medidas preventivas tomadas por el gobierno, el tifo se propagó con virulencia: se dice que, tan solo durante la década de los ochenta, ocasionó 30,912 decesos. Este trágico suceso para la sociedad zacatecana conmovió la sensibilidad de Luis G. Araujo, quien compuso una Marcha fúnebre dedicada a los mártires de la ciencia: catorce médicos cirujanos y dos farmacéuticos que, ejerciendo su profesión en la ciudad de Zacatecas, fallecieron víctimas del mal que intentaban combatir.
Nuestro compositor nació en 1843 y culminó su formación en Salamanca, Guanajuato. El padre, don Téofilo Araujo, fue un acreditado músico quien además de escribir música secular se desempeñó como organista de la Parroquia Antigua de Salamanca. En su tierra salmantina fue aquilatado por musicalizar versos religiosos que luego se integraban a los carros escénicos de los festejos navideños: una tradición que su hijo Luis heredó, al tenerse noticia del acompañamiento que éste le hiciera en 1877 a los versos destinados para un carro que representaba el Paraíso". (2)
Carátula del disco compacto Ecos Perdidos del Ensamble Cásico de Zacatecas. Diseño de Gonzalo y Viridiana Lizardo.
Hasta hace poco se ubicaba la llegada del compositor a estas tierras zacatecanas hacia la década de los noventa del siglo XIX, sin embargo, una nota en la Crónica Municipal nos permite afirmar que Luis G. Araujo ya ofrecía sus servicios como profesor de piano y música vocal en noviembre de 1879. Una vez que llegó a nuestras tierras, puso sus habilidades interpretativas y de compositor al servicio del Convento de Guadalupe, antes Colegio Apostólico de Propaganda Fide. Su compromiso inicial en Guadalupe fue hacerse cargo de la Banda de Música del Hospicio de Niños, un orfanato cuyo edificio formaba parte del conjunto arquitectónico del Colegio Apostólico. Sobre la duración precisa de sus actividades como organista del santuario guadalupano o como profesor del hospicio queda mucho por esclarecesrse, pues adolecemos hasta la fecha de datos exactos con respecto a la temporalidad real de él en la Villa. Sin embargo, existen alusiones a su quehacer como profesor particular. El 15 de septiembre de 1894, la velada patriótica organizada en el teatro provisional en los altos del Mercado, contó con la participación de Araujo, interpretando el piano al lado de sus alumnas, la niña Angela Ilzaibe y la señorita Carmen Rosser". (3)
Interior del templo de La Parroquia Antigua, lugar donde don Teófilo Araujo se desempeñara como organista, órgano que vemos al fondo.
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"Falta esclarecer a fondo los motivos por los que don Luis G. Araujo decidió abandonar Salamanca para irse a Zacatecas. Algunos datos un tanto vagos, permiten plantear una hipótesis: tienen que ver con la aseveración escueta y sin contexto que escribió don Francisco Espinoza Partida -cronista ya fallecido de Salamanca-, en el único texto conocido que cuenta cómo don Luis, ya con empleo asegurado en Guadalupe, Zacatecas, para dirigir la banda del orfanato en este lugar, se sintió obligado abandonar su tierra natal pero no sin antes componer a ésta una pieza de rendido homenaje y armonioso lirismo. Dicha pieza resultó ser el hermoso schottisch Un recuerdo a Salamanca.
Un acercamiento al órgano del templo de la Santísima Trinidad, mejor conocido por el nombre de La Parroquia Antigua.
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En la ciudad de Zacatecas, desde décadas antes de 1900, el litógrafo de orígen guanajuatense don Nazario Espinoza tenía establecido uno de los principales y más prestigiados talleres de imperenta y grabado artístico. Nacido el año de 1839 en Guanajuato, Guanajuato, era hijo de don Antonio Espinoza y doña Ramona Araujo. Por el apellido de esta señora y por los vínculos que más tarde llegó a haber entre don Nazario y Luis G. Araujo, cabe suponer que entre ambos personajes -el grabador tipográfico y el músico- mediaba un parentesco cercano -quizás eran primos hermanos-. Si no fue así, vale asegurar que fueron amigos y conocidos como se hace evidente a continuación. A los 23 años de edad Nazario hizo su solicitud de ingreso en la entonces llamada Academia Nacional de San Carlos, en la ciudad de México. Una vez egresado de la Academia, en vez de quedarse en la capital mexicana o regresar a su ciudad de nacimiento, optó por irse a Zacatecas en busca de su porvenir, lo cual hizo considerando que este antiguo fundo minero revivía años de bonanza.
Vista de la Calle que lleva el nombre de Luis G. Arajuno en el barrio de Nativitas en Salamanca, Guanajuato.
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Además de la invitación de don Nazario, influyeron otras circunstancias en la decisión del talentoso músico: por ejemplo, la muerte de sus padres. Aquejado de la soledad, acaso el luto menguó el arraigo que sentía por Salamanca, esa acogedora ciudad abajeña, a orillas del Lerma, donde había nacido en una fecha que aun falta precisar, pero que se calcula hacia la quinta o sexta década del siglo XIX. Las almas románticas sienten, en tal circunstancia, el deseo de testimoniar en su obra los vínculos tan entrañables que los unen a los hombres y a los lugares. Para sublimar don Luis la cariñosa y filial nostalgia hacia sus padre y el terruño, escribió Un recuerdo a Salamanca, cuya letra dice, en parte:
¡ Oh mi tierra natal / donde a mis padres perdí !
...¡ Oh Salamanca querida, / en tu seno nací ! (4)
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1.- Espinoza Partida, Francisco. Unos gajos arrancados de la nostalgia. Artículo dentro de la revista Riama, Salamanca Gráfica y Documental. Salamanca, 1982.
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2.- Rojas Garcidueñas, José. Salamanca, recuerdos de mi tierra guanajuatense. Editorial Porrúa. México, 1982.
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3.- Dávila Navarro, Verónica. Presentación del disco Ecos Perdidos. Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Zacatecas. Zacatecas, 2007.
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4.- Razo Oliva, Juan Diego. Presentación del disco Ecos Perdidos. Gobierno de Guanajuato. Zacatecas, 2007.
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