jueves, 17 de noviembre de 2011

Joshua Norton, el protector de México. Recordando a José Rojas Garcidueñas en su 99 aniversario.

De don José Rojas Garcidueñas hemos ya dado cuenta de su vida, un poco de su obra, incluso hemos transcrito algunos capítulos de esos relatos que para él en sus ediciones de "La Paloma" obsequiaba a sus amigos. Creo que nosotros, los salmantinos, no acabamos de entender la grandeza que él encierra. Es José Rojas el único nacido en esta ciudad del Bajío, más específicamente, nacido en Salamanca, "la criolla" como el le decía a la Salamanca mexicana, que ha llegado a un nivel de cultura tal, que llegó a ser miembro de número de la Academia Mexicana. Su ingreso fue el 22 de junio de 1962 y en contestación a su discurso, Antonio Gómez Robledo, dijo de él: "Una de las más puras emociones que le es dado al hombre en esta vida, es el cumplimiento de la justicia. De esta emoción participamos todos nosotros esta noche, al abrir sus puertas la Academia Mexicana al ilustre jurista, historiador y hombre de letras, al delicado pensador y artista que es, en plenitud de cada uno de estos atributos, don José Rojas Garcidueñas". (1)
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Tratando de entender lo que la Academia Mexicana significa, anotamos aquí los nombres de sus Académicos Honorarios: Victoriano Agüeros, José María Bassoco, Enrique Cárdenas de la Peña, Antonio Caso, Erasmo Castellanos Quinto, Alí Chumacero, Salvador Elizondo, Margit Frenk, Federico Gamboa, Joaquín García Icazbalceta, Carlos González Peña, José Gorostiza, Andrés Henestrosa, José López Portillo y Rojas, José Luis Martínez, Carlos Montemayor, Salvador Novo, Edmundo O'Gorman, Manuel José Othón, Anselmo de la Portilla, Emilio Rabasa, José Rojas Garcidueñas, Manuel Romero de Terreros, Juan Rulfo, José Vasconcelos. También destacan como Académicos Honorarios Antonio Alatorre, Rubén Darío, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Octavio Paz y Luis Villoro entre otros.
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Creo que con este listado, entendemos ahora el alcance que don José tuvo al ser admitido en la Academia. Pensaba, no se por qué razón, que hoy, 17 de noviembre era su aniversario, solo que, no es así, fue ayer, día 16 que se cumplieron 99 años de su nacimiento, será para el siguiente, el cabalístico 2012 que José Rojas Garcidueñas cumpla el primer Centenario de su nacimiento. Ojalá que para entonces le demos el justo reconocimiento que merece pues, insisto, son pocos los salmantinos que han llegado al nivel que él llegó.
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De lo mucho que tenemos que aprenderle a don José, sin atrevernos a incursionar en el tema que él dominaba y que era el teatro español del siglo XV y XVI, sino a las cosas de la cotidianidad y de esa bendita curiosidad que, nos conduce a momentos de la vida de la humanidad que se antojan increíbles, como este que obsequió a sus amigos en alguna de las ediciones navideñas de La Paloma y que, la Academia, en justo homenaje, le publicó en 1983. En este relato, Rojas Garcidueñas nos lleva a un episodio en San Francisco, California, justo cuando era la época que se denominó la fiebre del oro.

"La sorpresa me asaltó en el primer minuto, cuando no tenía de la ciudad de San Francisco más idea que la visión confusa de lo entrevisto, al correr del taxi, desde el lejano aeropuerto hasta que el coche se detuvo. La sorpresa me asaltó al ver en un sobrio letrero, casi junto a la puerta del hotel, un nombre para mí totalmente extraño seguido de dos títulos, el segundo de ellos "Protector de México", ¿A quién se refería?, ¿de qué se trataba? Las letras negras en fondo blanco solamente decían, en inglés, "Norton I Emperador de los Estados Unidos y Protector de México".
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En plena "fiebre del oro", cuando los hombres más diversos invadían la región; cuando los rostros distintos, procedentes de todos los lugares del mundo, aparecían y desaparecían; cuando los marinos abandonaban los hogares recién construidos, cuando todos se iban a buscar el oro en las arenas de los ríos y en las vetas de las rocas... y algunos encontraban y regresaban a gastarlo en juergas inacabables o procuraban multiplicarlo en negocios fantásticos, que a veces lograban realizar. Al San Francisco hirviente de vida y de pasiones en el que ondeaba la bandera califoniana del Oso Dorado, llegó en 1849 Joshua Norton, apenas con treinta años de edad pero ya con algunos miles de dólares ganados, según decía, traficando en África, en Sudamérica, quién sabe dónde y quién sabe cómo.
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En cuatro o cinco años más hizo negocios fabulosos, pero ¿qué no era fabuloso en el San Francisco de esos días? Norton alardeaba mucho de que estaba formando un "imperio" mercantil y parece que socios y amigos comenzaban a llamarle "emperador" en las horas alegres, entre los comentarios de las altas y bajas del oro o de los encantos de Lola Montes cuando bailaba su "danza de la araña".
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Una especulación fallida dejó a Norton en la pobreza, pero como esas cosas sucedían a tantos y tan frecuentemente, nadie paró en ello mientes y el traficante quebrado pudo haber caído en el más competo olvido, como otros muchos, en el torbellino de aventuras y desfortunas de esa época.

Norton I, Emperador de los Estados Unidos y Protector de México. Foto de Wikipedia.
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"Pero años después, en 1859, un señor muy serio, con un atuendo medio militar y un poco raro, entregó en la redacción del San Francisco Bulletin un escrito cuyo autor se proclamaba a sí mismo Emperador de los Estados Unidos y convocaba a representantes de toda la Unión para modificar las leyes, en beneficio del país; firmaba Norton I. Poco más tarde se declaró Protector de México, como un puro acto de gracia y generosidad, y ambos títulos figuraron siempre al pie de sus proclamas. Así empezó -dice Curt Gentry, en su sabroso libro guía de San Francisco- un reinado nunca oficialmente reconocido por el Estado de California, pero, cosa más importante, aceptado por sus subidos con ánimo de diversión y cordialmente.
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De tanto en tanto el Bulletin insertaba en sus páginas proclamaciones y decretos de Norton. Algunas veces contenían ideas descabelladas, mas en ocasiones proponían cosa que la gente tomaba a broma, pero que cincuenta o sesenta años depués han llegado a ser grandes realizaciones: así, todo el mundo vio cuando Norto propuso hacer un puente de Oakland a San Francisco y más risa causó el proyecto de conectar, de igual modo San Francisco y Sausalito. Hoy día el Bray Bridge, mejor conocido por puente deOakland (con sus dos tramos: de San Francisco a la Isla Yerbabuena y de ésta a Oakland) y el gigantesco puente de Godlen Gate, son orgullo de la ciudad.
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Otras ideas de Norton, menos ambiciosas, fueron muy bien acogidas, como mejorar los pavimentos y el alumbrado de gas de las calles. Seguramente una de sus mejores proclamaciones fue aquella en la que declaró que la Navidad debe ser fiesta para todos los niños y ordenó que se pusiera un gran árbol de Navidad, con sus velas y adornos, en Union Square -esta plaza hoy sobrepoblada de palomas comelonas y confianzudas- : así se hizo, por cuenta de la ciudad, y desde entonces se sigue haciendo lo mismo todos los años.

El árbol de Navidad que se colocó en Union Square para 1920.
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"Con muy buen humor la gente aceptaba y quería a su divertido Emperador: en muchos restaurantes le servían gratis y él les dispensaba su patrocinio; iba a Sacramento a presentar mociones y proyectos ante la Legislatura del Estado y el ferrocarril Sud Pacífico le regalaba el pasaje hasta con derecho al carro-comedor; en los estrenos teatrales los empresarios solían enviarle tres localidades de palco, que ocupaba Norton y sud dos amigos inseparables: Bummer y Lazarus, dos perros callejeros que él había rescatado del maltrato y del hambre y cuando lograron tanta popularidad como su dueño; cuando el Emperador y sus amigos aparecían en el palco el público se ponía de pie y los aplaudía. Norton the First saludaba con gran dignidad y los tres ocupaban sus sitios, los acompañantes sin duda dormían durante el espectáculo pero naturalmente nadie tomaba eso a mal.
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Puesto que los ciudadanos aceptaban tal imperio era lógico que las autoridades hicieran lo mismo. (Es claro que la lógica política cambia con las latitudes, porque aquí... pero eso es otra cosa.) En efecto, muchas veces Norton, ataviado con sus grandes charrateras, su sombrero emplumado y su gran sable, pasó revista a la guarnición del fuerte del Presidio. También tomaba parte en reuniones políticas, y se cuenta que alguna vez disolvió un mitin feminista diciendo que las mujeres debían irse a limpiar la casa y a cuidar a sus niños y dejar a los hombres hacer las leyes; en otra ocasión apaciguó un violento mitin anti-racista, cuando los "pogroms" contra los chinos eran frecuentes y terribles.
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Un día el Bulletin se burló del raído traje de Norton, aludiendo a que el mal estado del trasero de sus pantalones implicaba un grave riesgo para el imperio. Norton se enojó -tenía el genio vivo y la reacción pronta-: desde luego transfirió otro periódico, el San Francisco Examiner, el derecho a publicar las procalamas imperiales y, además, declaró que el Bulletin hacía causa común con los traidores que atacaban "nuestro Imperio de los Estados Unidos y Protectorado de México" por lo cual "nosotros, Norton I por gracia de Dios", le imponía una multa de dos mil dólares que sería aplicada a favor del "real guardarropa". Los demás periódicos corearon y prosiguieron la guasa y acabaron por aprovecharla para decir que los funcionarios de la ciudad tenían la culpa de aquello; entonces el Alcalde, con lo que aquí denominaríamos el Ayuntamiento, hizo una pequeña colecta y declaró que el Emperador Norton recibiría cada año la suma de treinta dólares para nuevos uniformes "como regalo de sus súbidots, el agradecido pueblo de San Francisco".

Lola Montez, la bailarina española hacia 1851.
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Todo esto solamente fue posible en una ciudad como aquella, con tal sentido del humor y de la broma, probablemente por su alegría, su vitalidad y su riqueza en aquellos años.
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Norton murió repentinamente, se desplomó en la calle California, en el corazón de su ciudad, en el invierno de 1880. Su entierro fue el más grande y concurrido que allá se había visto. Bien puede decirse que San Francisco no ha olvidado a su Emperador, pues cuando en 1934 se cambió el viejo cementerio, el Alcalde de la ciudad tributó en su homenaje y se puso en la tumba nueva lápida con esta inscripción: Norton I Emperor of the United States and Protector of Mexico. Joshua A. Norton 1819-1880.
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Muchos escritores, algunos tan ilustres como Robert Louis Stevenson y Mark Weain trataron en diversas ocasiones de aquel curioso personaje. En San Francisco todavía se hace con sonrisas que demuestran diversión y simpatía.

Los zapatos de éste, el Emperador Norton I.
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"Espero que con iguales sentimientos hayan leído mis amigos este relato al que no quiero poner punto final sin dejar planteadas algunas cuestiones, por si hubiere alguien que las resuelva: ¿por qué el título de Protector of Mexico?, ¿había estado Norton aquí en México en los años de su aventurera juventud?, ¿habrá cartas o referencias suyas en algunos de nuestros archivos? Digo esto porque el Emperador Norton solía escribir al Presidente Lincoln, a la Reina Victoria, al Zar de Rusia, ¿por qué no habría escrito alguna vez a Juárez o a Lerdo de Tejada? Lincoln le contestaba siempre siguiéndole la corriente; Juárez no habría hecho otro tanto, él tomaba muy en serio a los emperadores y mucho más a sí mismo, pero creo que don Sebastián sí tendría humor para contestar al Protector de México. Pero yo sé muy poco de nuestra historia del siglo pasado, de modo que habré de quedarme con mis preguntas si no es que alguno de mis amigos historiadores me dan más información acerca de aquel pintoresco personaje que, entre todos los "protectores" y "amigos" que dizque han querido ayudar a México (desde los que invocaban las bulas alejandrinas hasta los que enarbolaban la alianza para el progreso), creo que del único de quien no tenemos "nada que sentir" es de Norton the First, quien tras de su aire de dignidad pomposa y su carácter fácilmente irritable, parece haber sido un hombre generoso, notable, imaginativo y, gran cualidad, amigo de los perros". (2)
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Fuentes:
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1.- Discurso de ingrso a la Academia Mexicana leído el 22 de julio de 1962 por José Rojas Garcidueñas. Contestación al anterior discurso por Antonio Gómez Robledo. UNAM, México, 1962.
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2.- Rojas Garcidueñas, José. El erudito y el jardín. Anécdotas, cuentos y relatos. Introducción y selección de José Luis Martínez. Academia Mexicana. México, 1983.

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