Un día, víspera de la Nochebuena, Juan de Aparicio y Juan de la Cruz con otros pastores del Lugar salieron al campo a traer leña para su casa, y encontraron un tronco seco de Tepame como de una vara de altura y lo trajeron al patio de su choza; allí formaron una luminaria para celebrar la fiesta del Nacimiento de Cristo y echaron a la lumbre el tronco, con otros leños, donde ardió toda la noche. Salió Aparicio a calentarse al calor de la alumbrada y vio que todos los leños estaban hechos brasas y solo el tepame no se quemaba.
A los pocos días, que fue la fiesta de los Santos Reyes, pasaron por ahí tres indios que eran escultores y venían buscando imágenes que componer.
Los llamó Blas Martín a su casa y les encargó que pusieran encarnación a la imagen. A la mañana siguiente volvió a ver la obra y halló en el aposento el crucifijo encarnado y puesto en una cruz, pero los indios escultores habían desaparecido.
Martín pasó a Tlazazalca a dar cuenta del suceso a su cura, que era el Lic. Don Juan Martínez de Araujo. Este suceso ocurría en el año de 1687.
Convinieron todos a entrar en rifa: tres veces la rifaron y tres veces salió agraciado el pueblo más pobre de todos, San Sebastián de Aramutarillo, que se componía de tres casas, dos de indios y una de un español llamado don Luis Bravo, administrador de la hacienda de Santa Ana Pacueco.
Luego buscaron nombre a la imagen y echaron en rifa varios títulos, tres veces seguidas salió el de Señor de la Piedad. Pusieron entonces en la pobre ermita de ese pueblo al Santo Cristo de Aramutarillo y le formaron cofradía para su culto.
Con ocasión de las fiestas de semana santa, los vecinos de Aramutarillo llevaron en procesión la imagen del Santo Cristo a Tlazazalca, donde se quedó por algún tiempo, mientras hacían una iglesia más capaz en su pueblo elegido, entre los años de 1688 y 1692.
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