miércoles, 3 de marzo de 2010

El testimonio de fe al Señor del Hospital de doña María Murrieta, originaria de Sonora, México.

Cerro de Trincheras fue un pueblo prehispánico de primer orden y un centro regional tan importante como Paquimé (Chihuahua). Entre sus elementos arquitectónicos destacan las cerca de 900 terrazas que alberga y estructuras como la Cancha, el Caracol y el Mirador. Como resultado de las investigaciones en Cerro de Trincheras, es probable que muy pronto el sitio se abra al público. Foto cortesía del Padre Jesús Juárez.


Hay una de esas pequeñas historias, muy personales, muy íntimas, que doña María Murrieta, devota fiel del Señor del Hospital desde hace más de treinta años, ha decidido compartir en este espacio para dar a conocer la razón de su devoción hacia el Santo Cristo Negro, algo que ella conoce como El Señor de Salamanca. Doña María es originaria de una remota tierra, en el norte de nuestro país, en el estado de Sonora, Trincheras se llama, fue cerca de allí, en Pitiquito, muy cerca de Caborca, en donde ella tuvo su primer encuentro con El Señor del Hospital, o, para seguir nombrándolo como ella lo conoció, El Señor de Salamanca.


Zona Arqueológica en Trincheras, Sonora. Foto cortesía del Padre Jesús Juárez.


La vida en Sonora no es nada fácil, encalvada en el Desierto de Altar, la zona presenta dificultades, aunque tienen la bendición de estar muy cerca de una fértil zona agrícola, razón por la cual, doña María y su esposo deciden establecerse precisamente en Estación Pitiquito, lugar en donde pudieron llevar una vida más holgada, eran los años sesenta cuando la mamá de Doña María murió, nos lo cuenta así: “Pues fue precisamente que en 1963, murió mi madre. Doña Jesusita, su vecina, asistió al funeral. Fue entonces que la conocí. La vi en el novenario completo. De ese modo, un poco en la tristeza, fue como nació nuestra amistad, ella tendría unos 50 años más o menos”. Doña Jesusita era oriunda de Irapuato pero toda su vida la había vivido en Salamanca, su esposo era Jerónimo Rodríguez.


María como buena sonorense, cabal, trabajadora, honesta, sincera y siempre con fe, establecida ya en Estación Pitiquito se gana el sustento diario en una pequeña tienda que establece, lugar a donde Jesusita acude diariamente a hacer su compra, la amistad se sigue manteniendo. Jesusita y su marido Jerónimo pasaban la temporada de pizca de algodón y uva en esa parte de Sonora, pues era el oficio que sabían desempeñar y cada año, terminada la temporada volvían a Salamanca para que, luego de seis meses, volver a la labor del campo en las cercanías del desierto de Altar.


La pizca del algodón en Sonora, años setenta. Foto cortesía de Carlos de Hoyos


Dice María que: “Doña Jesusita me ayudaba mucho a cuidar a mis hijos pues yo me la pasaba muy ocupada atendiendo mi mercadito. Fue así que oía las historias que Doña Jesusita me contaba con pasión, historias todas en donde se mencionaba al milagroso Señor del Hospital, como supe luego que se llamaba, pues al principio lo conocí como El Señor de Salamanca; de este modo fui conociendo de los milagros que ha concedido y de su devoción por él. Cada año le entregaba a Jesusita un dólar para que cuando regresara a Salamanca lo llevara de ofrenda al Santo Cristo del Señor del Hospital. Fue de ese modo que me hice ferviente devota de Él”.


Gran movimiento de gente había en Sonora durante la pizca del algodón. Foto cortesía de Calos de Hoyos.


Más la vida es cruel en ocasiones, sucedió que con el tiempo, una vez de vuelta en Sonora, Jesuista y su marido, ya entrados en años, no fueron aceptados en la pizca y se encontraron allí, solos, desamparados y lo peor, si dinero suficiente para sobrevivir. Fue entonces que los designios del Señor se manifiestan, María y su marido habían prosperado atendiendo con afán la tienda y habían abierto una más, un poco más cercana a la estación. Les ofrecieron empleo y casa donde vivir, ella ayudando en las labores domésticas y él atendiendo la pequeña tienda. Nos cuenta doña María que “Todos los días salía don Jerónimo para atender la tiendita. Doña Jesusita se quedaba en casa ayudándome a atender a mis hijos y al quehacer de la casa. Mi esposo le pagaba a los dos por su trabajo, aunque Doña Jesusita no quería aceptar el dinero porque me decía que lo hacia con gusto y en agradecimiento al apoyo recibido”. Trabajando así vivieron por tres años, hasta que un día, ya con muchos años de vida encima, decidieron regresar a Salamanca.


Templo de San diego en Pitiquito, Sonora.


La comunicación entre María y Doña Jesusita siguió por medio de cartas. Un año después recibió por correo el novenario de El Señor del Hospital y si imagen, en la carta Doña Jesusita le contaba que estaban bien y que le mandaba el novenario y la imagen que ya estaban bendecidas. Fueron casi dos años de comunicación y de pronto ya no volvía saber más de ellos. La última vez que recibió una carta en 1985. Dice María: “El novenario lo tengo desde hace más de 23 años y lo sigo aún usando.”


Y esta hermosa historia y testimonio de devoción al Señor del Hospital termina cuando María nos comenta: “De Jesusita y Jerónimo, no volví a saber más, en donde quiera que estén siempre les estaré muy agradecida. Fue por ellos que conocí al Señor de Salamanca, al que todo lo que le he pedido siempre me lo ha cumplido, por eso le tengo mucha fe. Una de las cosas que siempre le pedí al Señor del Hospital fue que cuidara a mi querida hija Ilde ya que entró en el Ejercito Norteamericano rezándole su novenario, hasta el último día que ella perteneció a esa institución luego de 4 años de servicio y aquí la tengo, llena de vida, expresándole gran gratitud al Señor del Hospital, que para mi es, y será siempre mi Santo Señor de Salamanca”.


María Murrieta.

Arizona, Estados Unidos.




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