jueves, 24 de diciembre de 2009

La leyenda del Padre don Cleto

Esta escena de adoración la tomé en la Parroquia de San Mateo, en Hichapan, Hidalgo.


A pesar del punto crítico por el cual, lamentablemente, estamos atravesando en México y en el mundo entero, hoy es el día en que cada quien, de acuerdo a sus posibilidades se reunirá, gozará del momento, de la compañía y, sobre todo, reflexionará de que hace veinte siglos la nueva luz iluminó al mundo. Mantengamos la fe, la esperanza y la caridad, sigamos agradeciendo las bondades del Altísimo. Unámonos en torno al Santo Cristo Negro que hace ya 450 años eligió quedarse aquí, entre nosotros, en la antigua Xidóo; en la vieja Barahona; en la Villa de Salamanca. ¡En nuestra Salamanca!


Y como es costumbre que en esta noche recibamos un regalo, desde este sitio electrónico va un relato, una que no se si será historia o leyenda, de algo que se dice pasó en Salamanca en 1865.


El Padre don Cleto.


"Era el clérigo Cleto Damián conocido más comúnmente con el nombre de “El Padre don Cleto”, personaje misterioso y legendario allá por los años de 1865. Natural de Santa Cruz de Galeana, aborigen, la piel color cobriza, el pelo lacio y corto, los ojos pequeños, los labios delgados, de cuerpo bajo, cubierto con una sotana pobre y raída, tocado por un sorbete o sombrero de copa viejísimo, regalo del señor cura Saavedra, con calzado desmedrado y roto, dejaba vagar su figura humilde por las calles del pueblo. Siempre lo vieron con una alcancía en la mano izquierda en la cual portaba una imagen de la Virgen del Rosario, para cuya fiesta pedía, mientras la derecha llevábala al sombrero, mendigando la limosna en un gesto humilde y silencioso.


Encerraba el cuerpo del austero mendicante un alma elevada y desprovista en lo absoluto de lazos mundanos; vivía tan solo una existencia interior, vibraba en un único anhelo: la festividad del 7 de octubre, que celebraba con gran pompa. Allá en los suburbios, en la prolongación de la hoy Avenida Juárez, por el Barrio Alto, había una casa cuya pieza de la calle se había destinado como capilla y en la cual se veneraba a la Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario de Talpa, representada en un cuadro antiquísimo, que aun se conserva en poder del señor Próspero Vázquez. Es una pintura española de dos metros y medio de largo por un metro sesenta centímetros de anchura, que representa a María con el Niño Dios en los brazos, mientras dos querubines en la parte superior descorren un cortinaje para mostrarla. El vestido de la celestial señora, en forma de triángulo como la Virgen de San Juan de los Lagos y de Nuestra Señora de la Salud de Pátzcuaro, se encuentra recamado de adornos de rosas, guirnaldas y bordados de oro y el manto orlado ostenta un trabajo prolijo de exquisito mérito. A sus plantas, dos jarrones tienen ramilletes que acaban de definir el estilo colonial del óleo, un poco decolorado por los siglos.


Según se cuenta, había en la misma calle, solamente que un poco más hacia las afueras de la población, una capilla propiedad de los indios que estaba a dedicada a un Cristo negro, con la curiosa advocación de “El Señor de los Sinvergüenzas”; y en efecto, sus devotos eran gente de la peor especie y ralea, que bien es cierto el refrán de que “Dios los cría y ellos se juntan”, y natural era que los rateros y las perdidas tuvieran una imagen que, según ellos, los comprendiera mejor. Es el caso que el señor cura don Luís Saavedra, sabiendo que el padre don Cleto pedía para el culto de aquella imagen de nombre tan estrafalario y muy propio de los indios por su escasa cultura, se dirigió a la capilla, y después de disponer que desde aquel momento quedara cerrada al culto, mandó quemar el Santo Cristo, guardar sus cenizas para el miércoles de carnestolendas y quitar de una vez aquel extraño culto; en razón también, porque la imagen susodicha era extraordinariamente fea, debida a un natural, comisionando al padre don Cleto que se ocupara en el culto de Nuestra Señora del Rosario de Talpa a fin de que se le edificara una capilla, pues fomentar aquella idolatría de indios. Desde entonces el padre dedicó su obra a María y solamente alcanzó a hacer con las limosnas la portada del naciente templo, que aún puede verse en aquellos lugares. Mientras la fábrica se hacía, la Virgen quedaba en casa de su dueño, que era don Eusebio Ramírez.


La fiesta del 7 de octubre se celebraba con gran pompa y alborozo; desde días anteriores, el tambor y el pito con su melodía de escasas notas y son pegajoso, la anunciaban recorriendo la ciudad y en demanda también de los pollos que los vecinos regalaban para que sirvieran como premio a los vencedores; las casas se adornaban con cortinas y farolillos de colores durante todo el novenario y las calles se cubrían de arcos de papel de china, presentaban un aspecto sugestivo, alegre y lleno de colorido.


El día de la Virgen se llevaba la imagen al templo parroquial, a la misa que en su honor se celebraba en medio de cohetes, músicas y flores, trayéndose a “su casa”, en donde se levantaba un altar ingenuo, profuso en cortinajes, esferas de color, vasos de agua de colores y resplandeciente de ceras que chisporroteaban con los granos de incienso que se les ponía para que, al alumbrar, esparcieran suave perfume. El piso de la improvisada capilla se tapizaba de tomillo, romero y flores, produciendo un aroma campestre lleno de encanto. Afuera, seguían los naturales tocando el tambor y el pito sin interrupción y sus notas pastoriles a veces se opacaban con el cilindro, que no faltaba.


En esa noche de gran serenata todo el pueblo acudía. En las calles abundaban los puestos de frutas, dulces, pollo y enchiladas; cacahuates de San Francisco del Rincón; limas de la región de Salvatierra y Silao; cañas del Jaral, dulces como un almíbar; en las casas la hospitalidad sacaba la sillas para sentarse a lo largo de las paredes, transformándose las calles en grandes salones en donde una misma familia, por decirlo así, gozaba del espectáculo; los farolillos a veces se quemaban y esto producía risas y levantamientos apresurados de los asientos; todo el mundo se saludaba, departía, se interesaba por sus cuitas y se afirmaban amistades. Hacia el fin de la velada, los castillos dibujaban en el cielo la maravillosa creación del cohetero en esféricas y deslumbrantes luces, fuentes de esmeralda, lluvias de estrellas, luminarias de oro.


Este es el Lic. Florentino López Lira, autor del texto que estás leyendo ahora.


El padre don Cleto ese día no se separaba del objeto preferente de su culto; rezaba sin cesar, sin abrir los ojos, en actitud hierática y recogida; era un hombre bien singular y, a pesar de su modesta indumentaria, inspiraba una veneración en la cual ni reparaba.


Pedía dondequiera las migajas de la mesa, que juntaba en una bolsita. La gente las guardaba y le reunía un gran acopio. Algunos curiosos decidieron investigar a qué las destinaba, y ¡cuál sería su sorpresa al encontrarlo una tarde en las orillas del río Lerma, cercado por una multitud de pajarillos que alimentaba con migajas, en el hueco franciscano de sus manos, cual otro pobrecito Asís! Desde entonces se aumentó la admiración por él.


Comía en las banquetas, al lado de los pobres y los rufianes, sin importarle el comentario que se hiciera; aceptaba de muy buen grado alguna limosna que le dieran, hasta que un día, en el mesón llamado entonces “de don Guillermo”, ubicado en la vieja calle de la Victoria, hoy avenida Juárez, lo encontraron sentado, muerto. Al terminar su vida sencilla de fe cristiana se acabó la devoción a la Virgen del Rosario de Talpa, y a mí, que me he deleitado ante el cuadro antiguo que la representa, me ha parecido que la sacra imagen se encuentra triste. ¿Añorará el culto ingenuo del viejo sacerdote mendicante?


¿Será ésta acaso la imagen a la que se refiere? Actualmente se encuentra en la Parroquia del Señor del Hospital.


No se asombró en vano el padre don Cleto; andando el tiempo, a expensas del señor cura don Ramón Fuentes, en 1891, se construyó la capilla del Rosario, adjunta a la antigua iglesia parroquial, en donde luce su espléndida belleza la Virgen del Rosario, obra del escultor de renombre don Inés Olivares, y el padre, en opinión del vulgo, sigue aún con su fama de santidad que los años no llegan a empañar".


Es esta la leyenda que apenas acabo de descubrir. Nunca había oído de que hubiera algún culto a la Virgen del Rosario, como quiera, como lo leí en La Carambada, libro del queretano Ramón del Llano Ibáñez: “Quiero hacerlo correr entre las venas de las jóvenes generaciones y hacerlo más vivo y colorido entre las maduras, ya que un país sin leyendas –como dice el poeta- muere de frío”.


Esta leyenda del Padre don Cleto la tomé del libro Salamanca Legendaria, escrito por el Lic. Florentino López Lira, publicado aquí, en Salamanca, en 1934.



Para saber más acerca del culto a la Virgen del Rosario de Talpa, entra en el siguiente sitio:


www.mariologia.org/ppmariano100.pps



2 comentarios:

  1. Saludos.
    Antes que nada quiero que sepas que te escribe Noe Ortiz LopezLira bisnieto directo del Lic. Florentino López Lira, para mi y mi familia es un orgullo lo que realizas y a su vez a provecho para agradecerde lo realizado.

    Te comento tambien que estamos en un proceso por rescatar y resaltar la vida de mis bisabuelos y tios bisabuelos dado que los hermanos del Lic. Florentino, Jesus y Jose también tienen sus antecedentes político-históricos.

    Nuevamente te agradezco y aprovecho mis ultimas lineas para decirte que siendo de tu agrado yo puedo ayudarte a acceder a muchos cuentos y relatos mas de mi bisabuelo en Salamanca donde el vivio.

    Saludos, Noe.
    neonfcpys@gmail.com

    ResponderEliminar
  2. Hola Noe, me da gusto encontrar esto en internet, aca en Sonora esta parte de la familia, nosotros somos hijos de Maria Mercedes Prieto Lopez Lira, hija de Maria Lopez Lira, ella es hermana de Florentino Lopez Lira. Este es mi correo. florszertuche@hotmail.com

    ResponderEliminar