miércoles, 9 de julio de 2014

Un tal González, fusilado por Iturbide en Salamanca, 1812.


   Al estudiar el movimiento de Independencia de México regularmente somos referenciados a la que se considera la primera fuente cercana a los hechos, al guanajuatense Lucas Alamán del cual se ha criticado que su obra no es imparcial y que siempre mostró una preferencia al bando realista. El primer crítico de su obra, que más que crítico es rectificador, lo fue otro guanajuatense, el Lic. José María Liceaga. Lo primero que será prudente para identificar a este personaje y no confundirlo con su homónimo, el romitense, nacido en 1780, asesinado en 1818, el que se fortificó en la Isla de la laguna de Yuriria. Así, pues, estamos hablando del otro José María Liceaga, Espinosa es su segundo apellido; nacido en la ciudad de Guanajuato el 4 de julio de 1785, sus primeros estudios los hizo en el Colegio de la Purísima Concepción, antecedente de la hoy Universidad de Guanajuato. En 1803 pasa al Colegio de San Ildefonso para estudiar Jurisprudencia de donde se recibe el 1 de agosto de 1810, con el título en la mano llega a Guanajuato el 30 del mismo mes, al poco estallaría la guerra de Independencia, se volvería, al igual que Lucas Alamán, testigo presencial de lo ocurrido en la Toma de Granaditas y de todo el conflicto a lo largo de los once años que duró.


   Cuando escribe la razón por la cual decide publicar sus Rectificaciones dice: "He leído cuanto se ha dado a luz acerca de la revolución del año diez, y más particularmente lo publicado por D. Lucas Alamán, como que sus antecedentes y muy merecida nombradía previniendo justamente el ánimo a su favor, inspiraban un vivo interés para dedicarse a su lectura: y esta me ha persuadido, de que es superior a todo elogio el empeño que tomó en averiguar los hechos, solicitando cuantos informes y documentos eran oportunos no solo para esclarecer las materias, sino para adornarlas y enriquecerlas con multitud de noticias útiles y curiosas sobre el estado y circunstancia de la Nación desde la época, en que comienza su historia, hasta aquella, en que termina". (1)

   Aquí, en la obra de Liceaga, encuentro varias referencias de Salamanca y del actuar de Agustín de Iturbide, ese que mandara fusilar a Tomasa Estéves, que me parecen interesantes, razón por la cual las comparto. La primera ocurre, aunque no se precisa la fecha, en 1812, tiempo en el que las incursiones de Albino García no eran solo en Salamanca, sin en el Bajío en general.

   "D. Manuel José Gutiérrez de la Concha, originario y vecino de la Villa de León, sujeto acomodado, de bastante valor y Subdelegado, que era en ese tiempo de la mencionada Villa, no quiso que esta se fortificase con aparato alguno de precaución o de defensa diciendo, que allí no había de haber otra trinchera, que el pecho de sus habitantes. Que aunque en los lugares había personas adictas a la insurrección pero que no pudiéndose proceder contra ellas por falta de pruebas desearía que los Comandantes estuvieran autorizados para castigar a los que les parecieran sospechosos. Así se le oyó decir al mismo D. Manuel un pariente suyo, que me lo refirió después y fue el Presbítero D. José M. Gutiérrez de la Concha que mucho tiempo estuvo aquí avecindado, y después se radicó en Irapuato, en donde según entiendo falleció.

   El referido comandante manifestó tal empeño en destruir y acabar con los insurgentes, que con frecuencia salía a recorrer las haciendas y caminos. En Salamanca habitaba un anciano de proporciones apellidado González en cuya casa se alojó una vez el primero quien seguramente por alguna denuncia o informes que le dieron del citado González dispuso fusilarlo, como lo verificó, sin embargo de las súplicas y lágrimas de la familia cuyo hecho irritó a los hijos a tal grado, que resolvieron tomar una venganza sin perdonar sacrificios para lograrla. Al efecto se valieron de Pedro García, y de otros, que reunían fuerzas numerosas y valientes, los cuales aparentaron que atacaban a León. En el momento salió el Subdelegado a batirlas, que era puntualmente, lo que intentaban; y habiendo marchado aquel por el rumbo del oriente, en donde está situado el Hospital de Sn. Juan de Dios, los religiosos le gritaban con grandes y suplicatorias voces, que se volviera, porque un poco adelante se descubrían gruesas y formidables partidas de enemigos. Rechazó el aviso con la mayor arrogancia y desprecio: y avanzando por aquel rumbo, se encontró con los que lo esperaban, los cuales lo cercaron inmediatamente, lo consumieron a golpes y heridas, y lo destrozaron del todo. Aquí debía haber dos fechas: una en la que fue fusilado González, y la otra, en que murió Concha en las inmediaciones de León. Ambas las tenía yo apuntadas; y aunque se me han perdido esos datos, estoy muy cierto y seguro acerca de lo sustancial de los hechos, así por lo voz unánime de los que estaban bien impuestos de todo lo relativo a los sucesos mencionados, como particularmente de los vecinos de la Villa, que se acaba de nombrar, en la que tenía yo en épocas anteriores multitud de buenas y apreciables relaciones". (2)


   Tenemos como punto de partida, para rastrear quién fue ese González, que los hechos se dieron en 1812, será cosa de buscar, hoja por hoja, en el Libro de Defunciones del Archivo Parroquial de Salamanca a una persona, del sexo masculino que aparezca registrada como ejecutada, este sería uno más de los muchos que padecieron las "peculiaridades" del Comandante de la Provincia de Guanajuato, Agustín de Iturbie. Y justo de él, José María Liceaga, refiere un hecho sucedido en 1815:


    "D. José María Noriega, originario de Tula, (distante como una jornada de México), se avecindó aquí después de algunos años. Era sujeto medianamente acomodado, y muy adicto a la insurrección, a la que procuraba cooperar con varios recursos que les proporcionaba a los jefes y partidarios de ella, con los cuales estaba en continua correspondencia y comunicación, por conducto de un mozo llamado Gregorio; pero era tanta la falta de reserva con la que se conducía el primero, que llegó a ser denunciado, y a que en consecuencia se decretara su aprehensión; y aunque por haberse traslucido esa providencia, le persuadían sus amigos varias veces, y con el mayor empeño y tesón, el que se pusiera en salvo, sin embargo tal la confianza y seguridad que tenía, de que el conductor no lo había de descubrir, que continuó manejándose siempre con la misma indiferencia y apatía; Gregorio no se hallaba entonces en este lugar, sino en los pueblos y caminos, en que ordinariamente se le encontraba; más habiéndose sabido con toda certeza, el que ya lo habían aprehendido, se redoblaron inmediatamente las persuasiones y súplicas, con que se le hacía ver a Noriega, que aun en aquellos momentos se le presentaban oportunidades para evadirse o para ocultarse, de cuyos consejos y ruegos no se aprovechó. En cuanto al referido mozo corrió la voz en esos días, de que luego, que se le aprehendió, y se le condujo a Irapuato en donde Iturbide tenía establecido su cuartel general, se emplearon cuantas diligencias y esfuerzos se consideraron conducentes, para que confesara las relaciones que tenía con los insurgente; pero que resistiéndose con la mayor obstinación, se le comenzaron a dar tantos y tan crueles azotes, que se quedaron tirados en el patio los pedazos de carne que con ellos se le arrancaban, de manera que se le veían hasta los huesos. Las personas que así lo referían daban por razón, de que no era inverosímil, que Itrubide procediera con tan semejante crueldad, el que en los partes que dirigía al virrey, hacía siempre alarde del rigor con que castigaba a cuantos insurgentes caían en su poder; y si bien es cierto, que otras personas desmentían el hecho de los azotes, diré en obsequio a la verdad que las que lo negaban eran notoriamente afectas a la persona de Iturbide. Sea de esto lo que fuere no salgo garante de la especie de que se trata, pues solo asiento lo que en aquella época circulaba y, acerca de lo cual no estoy tan cierto y seguro, como me hallo sobre todos los demás pormenores de que tengo hecha mención respecto de Noriega. En el careo, que en seguida se celebró entre este y el referido Gregorio, todo quedó aclarado y patente; por lo que persuadidos entonces, de que ya no tenían remedio, solo trataron de disponerse para morir, verificado lo cual, se les sacó de la prisión en que estaban, y se les llevó para la plazuela de San Fernando, en la que fueron fusilados; y habiéndosele cortado enseguida la cabeza a Don José María Noriega, se fijó en la calzada, por donde tiene la entrada principal esta Capital, poniéndosele abajo una inscripción alusiva a la cooperación y tratos que había mantenido con los insurgentes". (3)


Otro de los hechos ocurridos en el Bajío que tienen como protagonista al Comandante Iturbide se da en Yuriria, en el año de 1814 el que fuera Cronista de esa ciudad lo relata de este modo:

   "Como Don Agustín de Iturbide al revolucionar por Yuriria se hospedaba en el Convento, el 2 de enero de 1814 este poblado fue invadido por las fuerzas del sacerdote apóstata Don Antonio Torres, cura cooperador de Huanímaro, y como venganza por el hospedaje del realista, incendió la Parroquia. A éste debiera haber quemado el troglodita y no una joya arquitectónica de un valor inapreciable". (4)

   "Para finalizar, hago memoria de un relato que me hizo un anciano respetable de nombre Don Lucas Navarrete, y que es el siguiente: A raíz de la toma del Fuerte de Liceaga y antes de que Don Agustín saliera rumbo a Irapuato, la abuela del señor Navarrete, una señora ya ancianita, se estacionó fuera del Convento de Yuriria con intención de rogar al vencedor por la vida de su hijo, que estaba entre los condenados a muerte. Al ver a Iturbide, que salía del Convento por la portería montado en su caballo, la viejecita se postró de hinojos ante el Jefe Realista y exrtendiendo las manos implorópiedad. Sin hacer el menor caso a la arrodillada, Don Agustín, arrogante e iniferente levantó las riendas de su caballo, picó espuelas y saltó sobre ella, siguiendo su camino, dejando una cauda de dolor y airada impotencia en muchas familias". (5)

Este es el monumento que al Doctor José María Liceaga Reyna se le levanta en Romita, no hay que confundirlo con el otro José María Liceaga Espinoza, el que escribió las Rectificaciones y que es originario de Guanajuato capital. Como tampoco hay que confundir al Padre Torres con el Amo Torres.

Fuentes:

1.- Liceaga, José María de. Adiciones y Rectificaciones a la Historia de México que escribió D. Lucas Alamán. Guanajuato, Imprenta de E. Serrano. 1868. Edición facsimilar de la Comisión para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional. México, 1985. p.VI. 

2.- Ibid. pp. 239-240

3.- Ibid. pp. 260-261

4.- Guzmán Cíntora, J. Jesús. Yuririapúndaro. Linotipografía Dávalos Hnos. León, 1985. p.49

5.- Ibid. p.89

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