domingo, 3 de enero de 2010

San Juan María Vianney, Patrono de los Párrocos

Es difícil imaginar una vida más sencilla y pobre de éxitos exteriores, como la de Juan María Vianney, el santo cura de Ars en Francia. Del pueblito donde nace, en 1786, a la población que lo hizo inmortal, la distancia es muy corta: fue casi el único viaje que realizó. Por cuarenta años sólo quiso ser el cura de Ars.


El hecho extraordinario es que a ese rinconcito perdido, la gloria de Dios fue a encontrarlo y las multitudes empezaron a fluir hacia su pobre templo, atraídos por esa santidad tan humilde. Esto nos recuerda que hoy como ayer, a los hombres no se les conquista con palabras asombrosas, sino con los ejemplos que arrastran.


Los peregrinos de Ars, aquellos que habían surgido incluso en la vida del santo, representan uno de los más extraordinarios fenómenos religiosos –a diferencia de los surgidos por apariciones y milagros- impulsados principalmente por la persona de ese santo sacerdote que desde el confesionario parecía atraer a las almas.


Por los años y años, filas y filas de penitentes (unos 80 mil por año) se arrodillaron ante el cura de Ars para recibir la alegría del perdón, atraídos por esa santidad tan transparente del sencillo sacerdote. La importancia del cura de Ars se reconoce más por el testimonio de su vida que por la doctrina y la forma en que la exponía.


Un santo reconocido como tal por todo un pueblo, incluso en vida: revela que se trata de un fenómeno extraordinario, que a muchos tal vez les parezca un montaje artificial de la Iglesia para impresionar a la gente sencilla e ingenua, y así recuperar algo del prestigio que ha perdido. Pero el fenómeno de Ars está documentado y respaldado por la tradición y la autoridad seria y objetiva de la Iglesia. Hay documentos oficiales que respaldan este fenómeno religioso. Finalmente, la fe de todo un pueblo, asistido por el Espíritu Santo, no puede ser obra de fanatismos irracionales.


De este curita de perfil pálido y anguloso, cuya timidez revelaba su origen campesino, emanaba una luz extraordinaria. Los retratos que conocemos de él nos permiten adivinar algo: esa mirada, esa sonrisa tiene algo de divino.


Apenas muerto (1859), el pueblo deseaba verlo ya en los altares. Hasta la fecha, no hay templo francés que no tenga hoy en día la estatua conmovedora, aun dentro de un estilo convencional, del viejo sacerdote con roquete y estola en actitud de absolver al pecador de sus pecados.


Así es exactamente como nos hemos de imaginar al cura de Ars: sacerdote para siempre. La alta vida espiritual que nosotros pensamos que se produce en ambiente de silencio, entre los oscuros pasillos del claustro medieval, brota en el cura de Ars de su incansable misión de párroco rural. Es precisamente en el fiel cumplimiento de su misión (que es la de todo pastor de almas) como él se acerca a la cumbre de la santidad.


La historia de este párroco de campiña es una historia maravillosa, porque fue un hombre de Dios que hizo de manera extraordinaria las cosas ordinarias.


Leandro Sapienza.


Ambas fotografías corresponden a la Catedral de Toluca, Estado de México.

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