Si una fortuna tengo, es la de ser curioso y saber conducir mi curiosidad. Misma que me lleva en estas tardes de hastío con su calor casi insoportable para ustedes que me leen (espero), pero calor que para mi es nada, luego de haber vivido 15 años junto al mar Caribe y otros tantos junto al mar de Cortés. Así que, como un verdadero OASIS, no de clima, sino de recuerdos y anécdotas de la verdadera salmantinidad, con anécdotas valiosas, con un dejo de romanticismo y un acento de agua de colonia Samborn’s, de esa que ya casi nadie usa, les quiero compartir este escrito que, husmeando por allí, encontré y, para iniciar el ambiente al que nos conducirá, usaré una palabra: regodear. Así, pues, regodeémonos ante las imágenes evocadoras que nos plasmará. Solo hago un comentario: ansiaba leer algo que sabía no era una fantasía mía. Esa época en que cuando “te agarraban las 9 de la noche” en la calle, volteabas con respeto hacia
Panorama
“No había llegado aun la etapa de la industrialización y Salamanca, evocadora de la secular Salamanca de España, era una quieta, recogida población del Bajío donde la vida transcurría diariamente con la misma lentitud, con las mismas gentes todas conocidas, con los mismos acontecimientos rutinarios. La ciudad se resistía a cualquier cambio; la tranquilidad mantenía inalterable su imperio; las calles rectas y solas parecían prolongarse al infinito.
Las campanas de San Agustín, el Hospital,
Salamanca recostada, dormida en una pequeña porción del Bajío. Población abierta a los aires que baten en enero, febrero y en la cuaresma. Por el norte, allá a lo lejos, la cordillera de cerdos parte de
La vida de los habitantes de Salamanca está impregnada de un profundo sentimiento religioso. Todos saben de la existencia transitoria en la tierra y tienen fija la mirada en el más allá y se preparan para comparecer ante el supremo juez, el día en que Nuestro Señor llame a cada uno. Por eso en San Agustín, diariamente entre semana a las 10 horas la campana chica llama a las de
Gentes sencillas, humildes, abnegadas, abrazadas a la pobreza con la voluntad de Dios, obedientes a los mandatos del Señor Cura.
Diversiones sanas: serenata los domingos, la feria de Semana Santa, las Fiestas Patrias en septiembre y las Posadas en diciembre. Cine, solo el Teatro Juan Valle en donde se exhiben películas cuidadosamente seleccionadas. Allá de cuando en cuando alguna compañía de “cómicos”. Afán de preservar con esmero la pureza de las costumbres.
La ciudad dominada por las torres del Hospital y San Agustín; sus calles por lo común anchas y bien trazadas, pocos vehículos, el tranvía que va a la estación y rara aparición de coches de fuera que provocan curiosidad y encienden comentarios: quienes serán… serán de Valle de Santiago, de Irapuato o de Celaya o infunden temas para romper la monotonía de las conversaciones. Así era Salamanca en las primeras décadas del siglo XX”.
Texto tomado del libro: Presencia de Recuerdos, homenaje a José Rojas Garcidueñas. Escrito por Ramón Gracilita Partida. Instantesis. Guadalajara, 1982.
Hoy, 10 de mayo, me acuerdo de ella… y para ella va esta melodía:
http://www.youtube.com/watch?v=r_6R-LMmawA
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